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Etiqueta: Vida Digital

Los flujos de información ni se crean ni se destruyen, sólo se transforman

El mundo ha cambiado. Lo siento en el agua, lo siento en la tierra, lo huelo en el aire…
Mucho de lo que era, se ha perdido… Pero nadie vive que lo recuerde.

De estas frases, ninguna de ellas, son mías. El titular lo he extraído del último artículo de opinión del director de El Boletín, un semanario económico regional de la Comunidad Valenciana, Cruz Sierra; mientras que las otras frases citadas más de uno podrá recordarlas.

El mundo de la información está cambiando de forma completamente dramática, el modo en el cual la consumimos también y los profesionales de la información nos enfrentamos a la encrucijada de si realmente estamos preparados para los cambios que se avecinan. En España, el colectivo de los profesionales de la información lo constituyen dos grupos diferentes pero que no se han puesto de acuerdo a la hora de apropiarse de cierto término, pero que contemplan cómo el mundo se les está transformando.

Si bien los documentalistas, han tratado de adaptarse a los nuevos tiempos mediante las fórmulas de denominación como infonomistas o vigilantes tecnológicos; lo cierto es que estas fórmulas han resultado, más que integradoras, excluyentes; distanciando colectivos que bien podrían haberse dado la mano. Por su lado, los periodistas han tratado de encontrar sus sinónimos en los profesionales de la comunicación, primero, mientras que posteriormente han tratado de englobar todo el hecho comunicativo mediante la fórmula profesionales de la información. Además, el término Ciencias de la Información se consideran en España patrimonio de los periodistas (Algunas facultades universitarias se acogen a esta denominación), mientras que los documentalistas consideran su disciplina, la Documentación, como la Ciencia de las Ciencias, es decir, la Ciencia de la Información Científica.

Este aparente choque entre disciplinas tan radicalmente distintas no es sorprendente. El proceso de la información puede ser reducido ha tres conceptos básicos, a saber, Información – Comunicación – Documentación, una tríada que puede ser ampliada agregando todos los elementos que se deseen pero que puede ser perfectamente entendida con estos componentes. Sin embargo, documentalistas y periodistas se enfrentan a un nuevo mundo dominado por la Web en el que el soporte es fagocitado por los bits y el distribuidor principal de usuarios casi se centra en un único actor.

Del lado de los periodistas, David Simon lo resumía estupendamente en el reportaje que le dedicaba El País a su estupenda serie The Wire en el que atacaba a la blogosfera. De esta manera, el periodista acusaba a los bloggers de dedicarse en la mayoría de los casos “a amontonar informaciones que encuentran en otros lugares sin hacer ellos mismos ningún ejercicio de periodismo. Y acuso a los bloggers de escribir mucho sobre corrupciones sin haberse dedicado nunca a conocer por dentro las instituciones que critican”. Simon no cree en el periodismo ciudadano ni en su viabilidad dentro de una sociedad que necesita del tutelaje del cuarto poder y críticas no le han faltado.

Los periodistas han descubierto cómo las fuentes primarias vuelcan sus informaciones en la Red reclamando el protagonismo que sólo ellos deberían otorgarles después de un trabajo de filtrado, contextualización y análisis. Sin embargo, los blogs – y el Social Media resultante de su evolución – se saltan ese proceso. En muchos casos, la falta de contextualización sólo sirven para que los blogs, muchos de ellos comerciales, se centren en la réplica de las notas de prensa de empresas e instituciones sin querer entrar en la validez de esas informaciones. Ése es el principal error y lo que la sociedad está perdiendo lentamente. Puede que el producto final de la Web Social no sea de calidad, pero dentro de Internet es popular y por ello rentable y, como bien sabemos de otros medios de comunicación, lo popular se enfrenta con la calidad del producto final, aunque interesadamente nos gusta obviarlo.

Por su parte, los documentalistas han intentado realizar un proceso de reflexión propio. De este modo, José López Yepes presentaba al Homo Documentalis (un ciudadano intelectual capaz de crear y consumir responsablemente ciencia y cultura) y el Homo Documentator (un nuevo perfil de documentalista a la altura de la sociedad de la información). Sin embargo, las nuevas competencias del documentalista propuestas por el catedrático parecen ser fagocitadas por el Homo Documentalis, que se conforma con los instrumentos que la Web le pone a su alcance.

Los documentalistas más veteranos, a los que hacíamos referencia en un texto anterior, contemplan cómo los flujos de información dentro de la sociedad están cambiando de forma acelerada, mientras aquellos encargados de analizarlos parecen estancados en un pasado mejor. El Homo Documentator debe de dar un paso más hacia la comprensión de la información como un bien económico, entender sus características y su ecología. Debemos comenzar a abandonar los libros como elementos principales del transmisión del conocimiento y comenzar a detenernos a comprender e integrar el proceso informativo como un todo que debemos estudiar, hasta los editores comienzan a considerar a Google como lo peor que les ha sucedido, y los libros electrónicos como el futuro inevitable.

El futuro es completamente apasionante y debemos comenzar a incorporarnos a él. Los flujos de información, lo que verdaderamente nos debería preocupar, todavía se encuentran ahí, no han sido destruidos; debemos de localizarlos, estudiarlos y sacarles partido en la medida que sea posible para nuestras organizaciones.

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“Multitudes inteligentes. La próxima revolución social” de Howard Rheingold

Aquel que se aproxime a Multitudes Inteligentes va encontrarse durante su lectura con cierto regusto a algo que ya sabe, pero que actualmente se denomina de otra manera. Es decir, en este libro nos encontramos con un autor que  propone hechos, actitudes y tecnologías que actualmente se encuentran muy difundidos y establecidos dentro de la Web, así como nuestra actual estrecha relación con las nuevas tecnologías aplicadas en el día a día. Puede que dé la impresión de que Reinhgold se hubiese equivocado a la hora de utilizar los términos que utilizamos actualmente para designar ciertas actitudes o tecnologías, pero somos nosotros los que erramos, porque ni el autor está desencaminado en su exposición de los hechos ni en su definición, ni el lector se encuentra ante un intento de cambiar lo ya establecido.

Más bien al contrario, nos encontramos frente un libro de prospectiva, un texto editado en 2004 que recopila las tendencias de ese año y nos invita a adentrarnos en aquello que va a ser de hecho común en los próximos meses. Sí, el gato al agua puede que se lo llevase O’Reilly fijando el término Web 2.0 en 2005, pero lo descrito por Rheingold, aunque también la señala, va más allá de la web colaborativa y de las herramientas que se derivarían de ella. De este modo, el autor abre su texto contándonos su fascinación al descubrir un cruce muy específico de Tokio (Shibuya), sorprendido por la actividad frenética de los adolescentes aporreando con los pulgares las teclas de sus móviles, así como las nuevas relaciones sociales que son capaces de establecer utilizando esta herramienta. Por supuesto que no se queda ahí, ya que lentamente se desplaza hacia otra tipología de colaboraciones tanto en el mundo físico como en el virtual, deteniéndose incluso en las Redes Sociales tan populares en los últimos dos años.

El título original del libro Smart Mobs, multitudes inteligentes, hace referencia específicamente a las potencialidades que nos brindan las nuevas tecnologías a la hora de expandir nuestra capacidad de análisis de un problema y aportar una solución. Así, por ejemplo, nos comenta el movimiento de ofrecer conexión a internet gratuita a través de WiFi en las principales ciudades norteamericanas, algo que sería tratado de llevar en España por la inicativa FON, y de forma concreta el hecho que durante los días posteriores al 11-S un movimiento colaborativo permitió que en la isla de Manhattan empresas y particulares pudiesen disponer de una conexión a Internet a pesar de las dificultades técnicas que se estaban encontrando tras el caos producido tras los ataques.

Por supuesto que la mirada hacia el futuro no se queda ahí. Rheihgold también nos hace visitar distintos centros tecnológicos donde se estudian las ropas inteligentes, así como la aplicación e integración de las nuevas tecnologías dentro de nuestras vidas diarias más allá de nuestros comportamientos sociales. Obviamente, esto queda un tanto lejano para su aplicación práctica más inmediata, pero teniendo presente el acierto de lo obvio -la red ubicua, la creación de herramientas colaborativas en la Web- el texto Multitudes Inteligentes puede estar preconizando un futuro no tal lejano.

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Porqué lo llaman “Nube” cuando quieren decir Internet

La pasada semana, leyendo a un columnista tecnológico bastante popular, me sorprendía cuando utilizaba Nube refiriéndose indudablemente a la Internet de forma genérica. Este comunicador señalaba que una aplicación del iPhone se conectaba a El País para descargarse la información, pero en vez de denominar esta acción como conexión a la Web, lo definía como conexión a la Nube. Ya hemos reflexionado aquí mucho sobre los continuos cambios a la hora de designar las cosas, la creación de nuevos términos y mucho más si se trata en el sector tecnológico. El término Web 2.0 está tan manido que ya se huye de él y precisamente el de Web Social, buscando sustituirlo, tiene una serie de connotaciones que no se ajustan al anterior y algunos sugieren que en realidad el primero engloba al último. De forma bastante similar ha sucedido con los términos multitudes inteligentes o inteligencia colectiva que reinventados como inteligencia de enjambre que no acabó de cuajar, aunque desde luego este último dispone de mi simpatía.

Puede ser que Internet sea uno de los entornos más sujetos a los cambios de tendencias y a la reinvención de las ruedas, como alguien me señaló en cierta ocasión, aunque, todo hay que decirlo, es precisamente uno de los lugares donde la información se mueve a mayor velocidad y donde su intercambio se produce de forma más acelerada. Tal vez por ello, la Web deba estar redenominándose tratando de adaptarse a las nuevas tendencias, al mismo tiempo que urge a la rápida adopción de las mismas para que la máquina no deje de funcionar nunca.

Sin embargo, es justo decir que los nuevos bautizos surgen gracias a los nuevos conceptos y puede que ante el éxito de uno, los nichos de mercado similares lo adopten rápidamente y de forma no distintiva, provocando confusiones y el cruce de fronteras que provocan la confusión más allá de la aclaración de los términos.

Porque, volviendo a mi columnista, en esta ocasión el iPhone se descarga información a través de la Web sin pasar por un navegador, que siempre ha sido la forma más tradicional de conseguirla. No se trata de un RSS, ni de un correo electrónico sino de un software finalista para las alertas informativas, aunque esta idea también la habíamos visto en este mismo sitio web en forma de aplicaciones de escritorio. Por lo tanto, en este caso, la Nube describe un ente abstracto que no hace referencia a los mecanismos tradicionales a la hora de obtener información de la Web, aunque obviamente el proceso es bastante similar.

Es posible que el concepto Nube esté desplazando a la Web (Telaraña en inglés) debido a la rápida penetración de la ubicuidad (se encuentra en todas partes gracias a las conexiones inalámbricas) dentro de nuestra sociedad. Si hace unos años, la Web en el móvil, sí hablo del WAP, parecía una broma comparada con lo que se veía a través de un ordenador y un navegador de escritorio, el iPhone y el desarrollo de navegadores específicos para móviles, por ejemplo el Opera Mini, junto con el desarrollo de redes WiFi están trasladando el concepto de Internet ligado a un ordenador, una mesa y una silla, a casi estar disponible en cualquier dispositivo imaginable.

Pero esta Nube no es más que una reinvención de otro término, el Grid Computing o computación distribuida mediante el cual una serie de ordenadores se conectaban simultáneamente para la realización de cálculos, almacenamiento y procesos de forma coordinada y más barata que si de grandes supercomputadores se tratase. De Grid Computing, pasamos a Cloud Computing, aunque esta vez la necesidad de darle una capa de barniz era más comercial y centralizada y de ahí lo de Nube, mediante el cual una serie de empresas contrataban la capacidad de cálculo de servidores de tercero para el alojamiento o procesamiento de información de tal manera que el coste fuese inferior que disponer de un servidor dedicado propio.

Sin embargo, la metáfora de Cloud o Nube es demasiado romántica para dejarla escapar, así que aprovechando todo el marasmo de aplicaciones destinadas a la Web 2.0, donde el trabajo ya no se realiza en el escritorio de uno sino en la Web y en servidores ajenos, los difusores de los beneficios de la Web 2.0 decidieron quedarse con este término convirtiendo casi todo el trabajo que se realiza en la Web en trabajo que se realiza en la Nube.

Nube porque nuestros documentos (Google Docs o Zoho), correo electrónico (Gmail o Hotmail), fotografías (Flickr o Microsoft Live), vídeos (YouTube o Dalealplay) e incluso marcadores se quedaban en sitios webs, en ordenadores y servidores ajenos a los usuarios, cambiando nuestra forma de trabajar y permitiendo que nuestros trabajos y datos personales los gestionasen otros.

En fin que si la Web es sólo una parte de Internet, aunque utilicemos estos términos casi de forma indistinta, es posible que la Nube pase a ser un sinónimo de la Web a pesar de que sólo se trate de un subconjunto de ella, subconjunto al mismo tiempo de la Web 2.0; pero en realidad no importará en exceso porque la máquina deberá seguir funcionando.

¿Para cuándo la Nube 2.0?

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Será mejor que no tengas que elegir entre olvido o memoria

Más vale que no tengas que elegir
entre el olvido y la memoria,
entre la nieve y el sudor.
Será mejor que aprendas a vivir
sobre la línea divisoria
que va del tedio a la pasión. […]

Esta boca es míaJoaquín Sabina

La recién estrenada Defensora del Lector del diario El País, Milagros Pérez Olivas, entraba completamente al trapo en su artículo Condenados a permanecer en la Red en la que exponía los casos de algunos lectores que solicitaban la retirada de ciertas informaciones localizables en los archivos del periódico. La Defensora exponía que un número creciente de lectores y usuarios de su web se ponían en contacto con la empresa solicitando el borrado de ciertos datos que les afectaban, porque realizando una sencilla consulta a través del buscador Google utilizando como palabra clave su nombre descubrían consternados informaciones caducas o, según el caso, fuera del contexto en el que se habían dado y las consideraban lesivas.

Como ejemplo, Milagros Pérez recogía el testimonio de un lector que había participado en los foros del diario, algo aparentemente inocente, pero que actualmente consideraba preocupante que ese comentario se expusiese como primer resultado sobre su persona por parte del gigante de Mountain View. Podríamos imaginar que el lector se encontraba consternado porque no deseaba que la primera referencia hacia su persona fuese en un tono desenfadado. ¿Y si, durante un proceso de selección para un futuro trabajo, el responsable de la entrevista consulta la base de datos de Google y descubría aquello? ¿Dónde lo coloca a él? Depende del tono y la temática, por supuesto, aunque hay casos más gravosos.

Realizando consultas nominales, podemos encontrarnos desde resultados de exámenes -información privada que no puede ser expuesta ni en un tablón ni en un PDF colgado en una página web de un sitio universitario-, resultados de procesos selectivos de becas, de exámenes funcionariales, solicitudes administrativas, sentencias o indultos, etcétera. Nos encontramos ante informaciones que se publican diariamente en la Red que en determinado momento pueden resultar útiles para el usuario, pero que pasado un tiempo dejan un rastro de actividades que no todo el mundo gustaría de ellas. En todos estos casos, se trata de información personal, publicada según la legislación vigente a través de publicaciones oficiales, que hasta hace poco sólo era pertinente y conocida casi exclusivamente por el afectado. Sin embargo, Google lo cambia todo y sus robots lo ordenan todo haciéndolo accesible a cualquiera sin contemplar si ponen en evidencia a una persona.

El debate abierto en El País ha sido intenso en los foros periodísticos – Periodistas21 o La Tejedora – donde se ha realizado una reflexión sobre el trabajo del periodista. Así, si a un individuo el juez lo llama a declarar como imputado y lo recogen los medios, pero tras el juicio es absuelto y estos no lo publican, ¿dónde queda la rectificación? ¿Cómo se borra esa mancha injusta en su reputación digital? Por supuesto que, para la empresa editora, los archivos son intocables. No se puede borrar esa información, aunque tal vez sí que debería ser actualizable o al menos no debería caer en el olvido tan pronto como deja de ser noticia.

Mientras tanto Google considera que no es competencia suya mantener limpios los ficheros de todos los sitios webs. La tecnología para hacer inaccesible una página determinada existe y debe ser utilizada por los editores no por los intermediarios entre usuarios e información. Esto lo mantienen sus responsables, aunque exista una sentencia que exige al buscador que esa información sea inaccesible y exima a la empresa editora de la web.

Mientras tanto, la reputación digital toma cuerpo como un elemento necesario a vigilar para cualquier persona. El control sobre lo que se dice de nosotros y lo que es recuperable en la web dispone de cada día de mayor importancia, convirtiendo la Web una prolongación de nuestra identidad profesional y personal más allá de nuestro control. No sólo debemos controlar lo que en las Redes Sociales o la Web 2.0 se publica sobre nosotros, sino que también debemos estar atentos y ser conscientes de qué vías nuestros datos personales son dispuestos de forma completamente libre en la Red de Redes casi sin que nos percatemos de ello.

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La era de la sobreinformación (sobre ti)

Hace ya unos meses, distintos medios de comunicación distribuían un teletipo de la Agencia EFE bajo el titular Miles de jóvenes intentan mostrarse originales en internet cediendo su intimidad. En él, dedicado a la red social española Tuenti, se recogía una nueva tendencia de los más jóvenes a exponer cada vez más su intimidad, mostrando y compartiendo fotografías o comentarios un tanto subidos de tono. Dentro del artículo, Tuenti se defendía asegurando que los niveles de exposición de este tipo de contenidos, se regulaban dentro de la página web y que incluso se disponía de un equipo que monitorizaba las fotografías y comentarios y si se detectaba algo improcedente se eliminaban. Por otro lado, en agosto de este mismo año, el diario Levante-EMV publicaba un reportaje dedicado a este hecho en el que los jóvenes se mostraban en ocasiones semidesnudos en ciertas páginas webs, blogs o fotologs concluyendo que tal vez el daño que estos jóvenes se estaban autoinfligiendo pudiera ser irreparable en un futuro inmediato o, tanto peor, a largo plazo.

Recientemente, Jon Favreau, asesor del reciente presidente electo de los EE.UU. Barack Obama, se tenía que disculpar por la publicación de una fotografía en la que se le veía en una fiesta en pose provocadora con una figura a tamaño real de la rival del senador Obama y, al limón, elegida como Secretaria de Estado de su próximo equipo de Gobierno Hillary Clinton. La fotografía de Favreau había sido recuperada y difundida a través de la red social Facebook, y su caso no se aleja del caso de Kevin Colvin que fue despedido tras el descubrimiento por parte de su jefe de una fotografía suya bastante compremetedora publicada en la misma red social.

Parece seguro, por tanto, que hoy en día, nos encontramos ante un nuevo reto. Un nuevo desafío sobre la nueva definición de lo que debe ser considerada como nuestra privacidad y cómo debemos defendernos ante la socava de nuestro anonimato.Ya no es suficiente con defender la privacidad sobre la información que se publica en la Red desde las Administraciones Públicas o por el hecho de convertirse en un fenómeno mediático dentro de la Red; no, hay que dar un paso más allá y, aparentemente, tomar la consideración de adoptar el anonimato como una actitud frente al control perpetuo que sufrimos en nuestras actividades en la Red.

La red social Facebook o el buscador Google son, por motivos dispares, los máximos exponentes actualmente sobre las implicaciones que sus actuales modelos de negocio tienen sobre la privacidad de los usuarios. Sobre Google, mucho se ha publicado y las propias Administraciones ya han tomado sus cartas sobre el asunto, sin embargo el fenómeno de Facebook es completamente nuevo, ha evolucionado horrendamente rápido y desde las instancias políticas o bien se le utiliza o bien se le tiene miedo. El hecho es que todo lo que Facebook puede aportar al usuario, lo hace intentando encontrar un modelo de negocio viable y por supuesto que tiene su precio. Lo que no cabe duda es que el uso de esta red social puede dejarnos completamente desprotegidos, y lo peor de todo es que Facebook, al modo de los antiguos portales 1.0, quiere que lo hagamos casi todo a través de él. Debemos contemplar que estos dos gigantes van a comenzar a encontrarse, si bien Facebook mantiene sus contenidos cerrados, inaccesibles para los buscadores, y Google se dedica obviamente a lo contrario; debemos ponernos alerta porque ambos están adoptando políticas muy similares de afiliación e incluso sus productos se asemejan en ocasiones. Su objetivo es que el internauta construya su identidad digital a través de ellos y que se identifique inequívocamente mediante sus servicios.

Personalmente, aunque entiendo las virtudes de Facebook, no me acaba de convencer descubrir comentarios personales de personas que conozco a personas que no conozco, curiosear fotos de personas que conozco que han colgado personas que no conozco, que sí que hay un ser un «buenrollista» y aprobar la Amistad de cualquiera que intente acceder a ti, pero el grado de indefensión es tal, el descontrol sobre lo que yo veo y lo que los otros ven de mi es tal, que me abruma y preocupa.

Ante Google, los futuros navegadores ya han dispuestos las armas para hacerle frente y ante sus ansias para seguir recabando datos de sus usuarios mediante el denominado Private Browsing (Firefox) o InPrivate (Explorer), pero ¿qué haremos en un lugar donde su principal finalidad es compartir nuestra vida, nuestros comentarios, nuestros pensamientos con los demás y con el sistema mismo? ¿Debemos de convertirnos en ermitaños digitales, rehuyendo aquello que nos expone, pasando completamente desapercibidos en la época del Personal Branding?

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El libro ante la cultura de lo audiovisual

A raíz del artículo publicado hoy en el diario El País, El videojuego es parte de mi escuela, os dejo un texto de Vicente Verdú que es bastante probable que encontréis interesante relacionado con la lectura y la cultura de lo audiovisual.

Hace relativamente poco los educadores más finos, ajenos al fenómeno audiovisual, continuaban diciendo que con «cultura» se podía ir a todas partes, pero sinceramente su cultura procedía casi en exclusiva de los libros. Según su parecer, había tantos libros por leer y tanta ciencia escrita que dentro de las bibliotecas se encerraba todo, y las librerías, como sucursales del templo, eran sagradas; los libreros, pequeños sacerdotes, y los escritores, profetas. Esa fue nuestra fe. La cultura culta reproducía los caracteres de la devoción, el sacrificio, la tenacidad, la meditación, el éxtasis tal como se demostró en el fervoroso centenraio del Quijote, reproducción fidedigna de un Año Santo donde mediante el texto se alcanzaba el jubileo.

Nuestros antepasados más egregios lo fueron gracias a los libros y nosotros crecimos desde la página impresa y con la página impresa. ¿La radio? ¿La televisión? ¿La fotografía? ¿El cine, incluso? Estos medios (hoy llamados «de comunicación» más que de cultura) constituían elementos del entretenimiento, no fuentes del saber, en sentido estricto. El saber -una vez más- se hallaba guardado en los libros y aspirar a más significaba servirse más de ellos, fuera en un convento o en una prisión, en una buhardilla o bajo un almendro.

En el contexto del anterior capitalismo de producción (con ahorro, aplazamientos, acumulación de capital, represión sexual) la lectura era esencial; servía para creerse rico sin gastar, viajero sin tomar el tren, adúltero sin escándalo social, hombre de letras como sinónimo de sabio, Pero ahora ese expediente ha terminado y no, obviamente, para perdición de la humanidad.

Antes la lectura lo enseñaba y lo curaba todo, nos engrandecía moralmente, nos humanizaba, nos abrillantaba y terminaba conduciéndonos, incluso, a la Revolución. La lectura fue para nosotros, los lectores de toda la vida, como el bálsamo de Fierabrás. La humanidad mejora, según la antigua ortodoxia educadora todavía en nómina, si lee. En ocasiones se mostró tolerancia hacia los que veían una televisión (documentales, telediarios, series históricas, debates), pero ¿cómo comparar cualquiera de esos pasati8empos con la incandescencia de las líneas de un libro?

El libro en la leyenda ilustrada es el viaje interior, la reflexión, la conciencia de sí, lo insigne, la libertad, la rebelión. Todo ello sin distinguir, frecuentemente, si se trata de un buen libro o no y por lo general refiriéndose a la novela sobre la que no han podido recaer mayores regalías.

A la población de un país se la tiene por ignorante si su mitad no lee ni un solo libro al año. Pero ¿cómo sostener esta simpleza en el complejísimo estadio audiovisual? Sólo los ciegos y los sordos culturales podrían hacerlo. En este supuesto, la fata de visión se junta con las pocas ganas de escuchar. De esta manera, el videojuego, por ejemplo, no importa cómo sea, siempre empobrece, pero el libro, no importa cómo sea, enriquece. Este simplismo que detesta lo que no conoce se cree, obviamente, representante de la cultura superior. Pero efectivamente no sabe. Quienes no hemos practicado con los videojuegos hemos supuesto que su dificultad residía en la rapidez de manipulación y la coordinación entre la vista y el moviviemnto de las manos. La verdad, sin embargo, para la mayor parte de los videojuegos, es que su interés y complejidad se encuentran en el desciframiento de las reglas, que van aprendiéndose a lo largo del proceso.

Leer un libro es siempre seguir una historia prefigurada mientras que el videojuego imita fielmente el avatar de la vida, con secuencias que se crean y conforman a partir de la acción del jugador. Por comparación al viedojuego, que requiere acción constante, el libro se presenta ante los nuevos consumidores jóvenes como un ocio demasiado pasivo y sumiso.

Con el videojuego son protagonistas de la intriga, del enredo, mientras que con el libro se sienten sólo contempladores de lo que vaya pasando. Indudablemente el libro posee ventajas superiores en cuanto potenciación de la imaginación y creación de universos interiores, contribuye a desarrollar la concentración y es, sin duda, el mejor medio para la transmisión de determinadas informaciones. Pero todas estas cualidades son, probablemente, las que inducen a rehuirlo en la cultura más veloz del consumo y las que, al cabo, sustituidas por las características del videojuego, están creando otra mentailidad y otras destrezas. Diferentes habilidades, en suma, para percibir y elaborar decisiones sobre una realidad diferente.

Los jóvenes descifran mejor la heterogeneidad de las grandes ciudades modernas, son menos capaces de leer un libro intrincado pero más raudos y perspicaces en la interpretación de superficies promiscuas, físicas y virtuales, o ambas a la vez. Los chicos, en fin, tal y como ha evolucionado el mundo, no pierden el tiempo en los videojuegos: ganan y pierden a la ver para acomodarse a la cultura que les corresponde.

VERDÚ, Vicente. Yo y tú, objetos de lujo. El personismo: La primera revolución cultural del siglo XXI. Barcelona: Debolsillo, 2007. Pág. 29-31

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Web 2.0: ¿Crisis? ¿Qué crisis?

«La Web 2.0 es una tendencia muy potente y creo que la recesión le afectará muy poco. Todos queremos estar conectados, tener redes más amplias al margen de lo que ocurra en la economía. Un puñado de empresas saldrá perfectamente adelante, y otras, más obsoletas, van a dejar el negocio.»
Tim O’Reilly sobre la crisis económica y la Web 2.0

Hace unos meses, me aventuraba a realizar una reflexión sobre los efectos que la crisis económica podría llegar a tener sobre la Blogosfera (1234). Aunque en ese momento, dentro del texto, me centraba en los modelos de negocio que se habían ido adoptando dentro del mundo de los blogs y los efectos que la crisis podía y ya se encontraba acarreando, es el momento de ir un poco más allá y contemplar qué esta sucediendo en el resto de la Web 2.0.

Permitidme la irreverencia de que, al menos, me parezca curioso que los gurús de la Web 2.0 consideren que esta crisis económica va a afectar bien poco a la Web 2.0, como si la economía real y la tecnológica dispusiesen de caminos separados y que en ningún momento se encontrasen, como he llegado a leer. No cabe duda de que el concepto de la Web 2.0, social y participativa, permanecerá aunque es bastante obvio que algunos de estos negocios nacidos y crecidos al calor de las inversiones facilitadas por el dinero barato y fácil de obtener van a pasar por serias dificultades. Que Tim O’Reilly considere que ahora se va a demostrar cuáles de estos proyectos son los realmente viables para seguir funcionando, es como afirmar que hay que esperar para descubrir qué bancos están saneados y no infectados por las hipotecas tóxicas o subprime., es decir casi nada Obviamente, las empresas más fuertes y con un modelo de negocio de verdad sobrevivirán, mientras que otras no lo harán. La pregunta es: ¿cuáles?

Pero a pesar de esto, también me parece muy interesante que se afirme que la Web 2.0 se encuentra ante una falta de ideas y de conceptos nuevos, ya que ante la celebración de la Web 2.0 Summit en San Francisco parece ser que las discusiones, los debates y las nuevas ideas van a transcurrir por otros derroteros que no son exactamente la Web Participativa. Claro que hay quien considera que la Web 2.0 nunca llegó a existir, una entelequia fruto del marketing que se empaquetó para la venta de un nuevo producto y el relanzamiento de las empresas un tanto tocadas en su imagen por la burbuja tecnológica. El marketing era sencillo antes de la burbuja tecnológica Web 1.0, después Web 2.0, perfecto para la búsqueda de nueva financiación, negocios y nuevas tecnologías. Sin embargo, las empresas se engrasan con dinero y cuando hay falta de él, no es fácil que los proyectos web se mantengan solos.

Esto nos conduce al listado que se nos ofrece dentro del sitio News.com con 11 compañias bien conocidas de la Web 2.0 que se encuentran en dificultades económicas y que van a tener que buscarse financiación para seguir funcionando. Curiosamente, entre ellas, nos encontramos algunas bien conocidas como Twitter, Second Life, Skype, Netvibes o MySpace y, como si nos encontrásemos en el año 2000 justo al borde de la explosión de la Burbuja.com, se les echa en cara que se hayan preocupado más por la búsqueda de tráfico, puesto que las inversiones dependían de ello, que por la búsqueda de un modelo de negocio viable. Pero la Web 2.0 nos trae un nuevo concepto, maravilloso, de la recapitalización consorciada: «Tú haces todo el trabajo, yo me llevo el dinero… Y si hay pérdidas me ayudas a reflotar el negocio»

Ante, la falta de financiación actual, que tanto está castigando a las empresas no tecnológicas, las tecnológicas se están resintiendo por la falta de caja para seguir funcionando y en la Web Social se puede llegar a echar mano de nuevos modelos de financiación de auxilio solicitando dinero a sus usuarios mediante la modalidad de donaciones. Hoy, podemos encontrarnos con dos ejemplos: Mobuzz y la Wikipedia.

Mobuzz es un ejemplo español, se trata de una empresa que trata de rentabilizar el negocio de los videoblogs y que se encontró recientemente con una falta de financiación que le iba a impedir seguir funcionando. Ante esto, comienza una campaña de marketing viral mediante la cual solicitaba donaciones de 5 euros a sus seguidores hasta alcanzar la cifra de 120.000 € dándose el plazo de una semana para ello. Finalmente, se salva pero no por la generosidad de sus fieles (Consigue un cuarto del dinero solicitado), sino porque consigue una nueva ronda de financiación tras el ruido mediático generado. Por supuesto que esta acción levanta no pocas suspicacias sobre qué se va a hacer con el dinero de los donativos, en qué situación dentro de la empresa quedan los donantes, si se lo reintegrarían una vez mejore la situación de la empresa, si tendrían participaciones dentro de ella, etc.

Pero esta modalidad de financiación ya fue explorada por otros proyectos de la Web 2.0 como la Wikipedia e insisten en él. Así, actualmente, la Wikipedia necesita 6 millones de dólares para seguir funcionando, aunque las críticas no se han hecho esperar y teniendo en cuenta los distintos problemas que el proyecto ha tenido a lo largo de este tiempo a los usuarios no les van a faltar razones para poner en solfa su gestión y dirección. La  pregunta es: ¿veremos muchos más proyectos bajo esta situación?

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