Hace unos meses ya describí mi ataque nomofóbico cuando acabé sin teléfono móvil durante unos días tras un accidente. Los anglosajones parecen encantados a la hora de acuñar nuevos términos y hace unas semanas resurgía en los medios de comunicación españoles el término phubbing. Este término se refiere al hecho de ignorar el entorno al prestar más atención a lo que está pasando en el móvil, smartphone u ordenador. El término fue acuñado en 2007 por Alex Heigh y en aquel momento no había tantos smartphones como hoy en día, pero no era infrecuente darse un paseo por las cafeterías universitarias y descubrir que la combinación del ordenador portátil junto al WiFi había destrozado muchas de las charlas alrededor de un café o una cerveza. Ahora, me pregunto si mi ataque nomofóbico de hace un año se debía al miedo a ser ignorado por mis semejantes o por mi imposibilidad de poderles devolver la jugada o por mi incapacidad de poder reclamar su atención.
Más allá de la preocupación de que todos acabemos con dolor de cuello o con una luxación por esa mala costumbre que tenemos de inclinar un poco la cabeza a la hora de consultar nuestros terminales móviles – creo que cuando los metros eran las mayores bibliotecas del mundo no corría esa preocupación -, no es excesivamente difícil situarse en un andén y comprobar que buena parte de los viajeros están consultando sus terminales mientras esperan al tren o cuando ya se encuentran confortablemente sentados en un vagón. Aunque el uso del teléfono móvil durante los tiempos muertos en los viajes no debería ser excesivamente grave, salvo por el hecho de que los viajes en tren nunca fueron tan silenciosos como hoy en día, la táctica de que rellenar los tiempos muertos pueda acabar trasladándose a otros ámbitos puede llegar a ser más preocupante si se da en las reuniones sociales. De hecho, no es difícil encontrarse parejas en cafeterías, mientras se ignoran el uno al otro, embebidos en el mundo que se desarrolla dentro de sus dispositivos móviles.
Parecemos prisioneros de nuestras distracciones, como si hubiésemos perdido nuestra capacidad de concentrarnos en lo que nos rodea. Procastrinamos nuestra realidad del día al día, procastrinamos nuestras relaciones sociales. Parece que es mucho mejor escribir un mensaje y un emoticono que mirarse a los ojos. Los teléfonos móviles nos permiten llevar Internet en nuestros bolsillos y nos encontramos permanentemente conectados con el mundo virtual, pero cada vez más desconectados del real.
Pero no es que nos evadamos de nuestras responsabilidades sociales, nuestro cerebro nos engaña permanentemente en su búsqueda de estímulos y recompensas. Al contrario de lo que podamos creer y desgraciadamente, no somos realmente seres multitarea. La calidad de lo que estamos haciendo desciende según intentamos ocuparnos de dos frentes (una conversación o enviar un mensaje de texto simultáneamente sin ir más lejos) y nos causa más agotamiento que otra cosa. Sí, desde luego que el cerebro es rápido a la hora de cambiar de tarea, pero no es capaz de hacer dos cosas a la vez. Al final, elegimos una tarea placentera a corto plazo por encima de lo que nos dará satisfacción a largo plazo. Sin embargo, parece que estemos encaminados a utilizar la técnica Pomodoro incluso en nuestras relaciones sociales, como si debiésemos educarnos y aprender a concentrarnos con otro tipo de estímulos y tener una recompensa por ello. Nos convertiremos en perros de Pavlov encadenados a los estímulos de la tecnología.
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