Fueron muchos los periodistas que se sorprendieron de las andanzas de Dominic Cummings en la película Brexit: The Uncivil War donde se mostraba el uso de redes sociales para influir el voto de los británicos que todavía se mostraban indecisos. En una escena del largometraje, se explica que el interés de la campaña no se debía centrar en los convencidos y los contrarios, si no en aquellos que todavía no habían decidido su voto (un tercio aproximado de la población). Además se concluía que lo más eficiente era poner esfuerzoas específicos para desarrollar una campaña a través de las redes sociales. Mediante una campaña de publicidad en las mismas, con una serie de mensajes dirigidos, se podía influirles y lo mejor de todo nadie se daría de cuenta de ello hasta que fuese demasiado tarde (algo que la película también se preocupa en mostrar).
De repente, en una sola escena, se demostró que el cuarto poder se veía desnudo ante una realidad -puede que un tanto previsible- que existiese un quinto y que deberían tratar de evitar de contrarrestar las mentiras y los bulos que corren como la pólvora en Internet. Sin embargo, por las propias dinámicas de los medios de comunicación, con sus intereses cruzados, con la gran polarización que sufre el espectro político actual, la tarea se demuestra no sólo titánica, también como imposible de gestionar y contrarrestar.
En las redes sociales, no importa tanto la información veraz que se da aparentemente. Los usuarios de las mismas están más preocupados por la cantidad de impactos recibidos, quién puede llegar a decirlo y si acaso cuántos seguidores tiene. Pasamos de la creencia de que todo lo que estaba publicado en la Red era real a una especie de fast food de opinión donde lo importante es quién llega antes a implementar una idea en la opinión pública. El debate y las ideas expositivas se ven acorralados ante esa marea de debate agresivo donde impera la saturación más que la selección. A esto se le añade un nuevo factor en quién dice qué y con qué intenciones es cada vez más difuso y más difícil de discernir.
Por si fuese poco, se añade un nuevo factor, una nueva tecnología que va a hacer mucho más complicada la goberanza informativa actual: El uso de la Inteligencia Artificial como arma informativa. La idea de utilizar Inteligencia Artificial para crear grandes campañas de desinformación ya se había teorizado, pero hoy en día se está materializando de forma muy rápida. Las ventajas de su uso son obvias. La gestión de una campaña de desinformación mediante IAs es mucho más barato y la generación de mayores volúmenes de información con objetivos específicos dentro de la población más efectivo.
Pero, más allá de la generación autónoma y automática de textos mediante la asimilación de contenido previo mediante artículos y libros con el fin de generar un gran volumen de información y pasar desapercibido, actualmente las Inteligencias Artificiales están siendo entrenadas para la generación de fotografías falsas de personas para dotar de credibilidad a esos textos. Además, este desarrollo mediante Generative Adversial Networks (GANs) se está realizando tan rápido que pronto será difícil de discernir entre las personas reales y las falsas generadas mediante esta tecnología.
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