Nunca he sabido explicar mi pasión por Dune, pero lo cierto es que, desde que a los 14 años descubrí esta novela de ciencia-ficción de Frank Herbert, no ha pasado uno solo en el que no la haya leído al menos una vez (normalmente esta lectura suele ir acompañada de otra en la que releo los pasajes que más me gustan). Quizá porque tengo más tiempo para saborearla, o quizá porque el relato transcurre en un planeta desértico, donde el calor, el agua y la sed rigen la vida y la muerte, me gusta leer esta novela sobre todo en verano. Este año no iba ser la excepción y esta vez, en su lectura, he intentado ver algo más que la historia que narra, he querido descubrir la concepción que Herbert tenía sobre el futuro del libro cuando escribió Dune en 1966.
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Recientemente ya hablamos del Necronomicón como uno de los libros más famosos que han sido inventados, literalmente, por un autor y que los bibliotecarios juguetones no pudieron evitar trasladar a sus catálogos. Pero siguiendo lo publicado por la revista Muy Interesante, hoy deseo trasladaros a las verdaderas bibliotecas invisibles, que es el término aceptado en castellano, aunque yo prefiera el término de fantasma puesto que no existen realmente.
Tal como señaló Vanesa, Javier ya nos hizo una pequeña introducción de qué eran exactamente las bibliotecas invisibles y nos ofreció un enlace en el que se recogían libros inventados por los escritores, además de algunos artículos muy interesantes en torno al tema (Invisible Library). La definición que nos aportaba era:
La biblioteca invisible es una colección de libros que sólo aparecen en otros libros. En el catálogo de la biblioteca encontrareis libros imaginarios, pseudobiblias […] y todo tipo de libros no escritos, no leídos, no publicados y no encontrados.
La semana pasada ya hice una referencia al escritor Juan José Millás y en ésta me toca hacer otra, pero para aquellos que no les agrade este escritor, aún debo de advertir que debo hacer una tercera más curiosa si cabe que me reservo para la próxima. Pero hoy sólo diré que el estilo narrativo de Millás es muy personal, y tan sólo hay que acercarse a cualquiera de sus novelas para percatarse de ello. Puede que, de entre todas sus novelas editadas, los bibliotecarios encuentren divertida El orden alfabético por sus características. Desde luego que ésta es una novela más que correcta, aunque no voy a hacer aquí lo que hace precisamente Millás en su sección de Taller Literario de los viernes en el programa radiofónico de La Ventana en la Cadena Ser, es decir, criticar los textos de otros.
Hay personas que poseen libros, tienen las estanterías de su casa repletas de ellos, pero o no han leído ninguno o bien tan sólo unos pocos. Las hay que los adquieren intentando buscar las combinación perfecta en cuanto colores y tamaños para que den cierto estilo a la vivienda en su conjunto, obviando los contenidos, buscando el continente. Otros simplemente, poseen libros de cartón piedra, que son tan sólo eso, pero Juan José Millás escribe para los primeros, recordándoles que los libros también vienen emparejados con otros huéspedes. Pero dejemos la genialidad para los que realmente la poseen…
Howard Philips Lovecraft realizó a lo largo de distintas novelas referencias a un libro que según relataba contenía fórmulas mágicas para la invocación de demonios, además de dejar entrever un conocimiento particular de la relación espacio-tiempo. Muchos lectores trataron entonces tratar de localizar una copia impresa de aquel misterioso libro, pero sus resultados fueron infructuosos.
Lovecraft sin embargo ofrecía poco a poco más detalles sobre aquella obra. Así afirmaba que la biblioteca Widener de la Universidad de Harvard atesoraba dentro de una caja fuerte una de las cuatro copias disponibles, puesto que el original fue destruido. Aquel libro fue escrito por el poeta Abdul Al-Hazred durante el siglo VIII. A mediados del siglo X, la obra fue traducida al griego por Theodorus Philetas con el título de Necronomicón, trabajo que realizó en el más absoluto de los secretos, pero que no evitó que el patriarca Miguel tratase de destruir todas las copias sin conseguirlo. En 1228, Olaus Wormius tradujo la obra al latín.
Ya sabéis que me encanta la idea de que la blogosfera sea una red colaborativa y participativa. No hace mucho, tuve la idea de publicar un artículo distribuido entre distintas bitácoras. En realidad, aunque el texto estaría relacionado, era un artículo que podría haber sido leído independientemente. Sin embargo, el sueño se rompió muy pronto ante reiteradas negativas ante mi iniciativa, así que simplemente desistí. Pero, siempre pueden surgir oportunidades para sumarse a iniciativas de otros que sean similares a las que uno mismo ideó en un principio igual de atractivas.
Iulius creyó que sería estupendo publicar un relato por entregas con cierto cariz bibliotecario llamado Francisco Columna del autor francés Charles Nodier en distintos weblogs. Así que, presto, dispuso la idea para que la blogosfera participase de su proyecto, aunque previamente deberían ser los bloggers interesados los que debieran ponerse en contacto con él. Es esto lo que yo habría cambiado, ya que considero que lo que debería haber hecho es avisar a distintos bloggers para disponer un plan de obra previo para que no nos frustre la incertidumbre de no poder acabar de leer el relato.
Es por esto, la necesidad de ponernos en contacto con Iulius, y nada más; la razón por la que nos habíamos mantenido al margen de esta iniciativa. Pero espero que ya hayamos enmendado nuestro error y que con algún grado de acierto.
Presentación del Plan Maestro
Presentación del libro Francisco Columna
Los textos publicados de Francisco Columna: