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Etiqueta: Libros

De Gutenberg a Internet. Una historia social de los medios de comunicación

De Gutenberg a Internet

Según avanza la tecnología, este pequeño planeta parece estrecharse de forma acelerada, haciéndonos sentir cada vez un poco más incómodos con lo que vemos y sabemos; sintiéndonos observados y analizados de una forma continua. Y, sin embargo, qué es el ser humano sin comunicación y sin medios para ello. Desde antaño, hemos tratado de fijar el conocimiento, trasladarlo a un futuro para que pudiese ser provechoso para el desarrollo de la sociedad o para nuestros semejantes. La Historia comienza con la preservación del conocimiento, la Historia empieza con la escritura, la Historia comienza con la comunicación.

De Gutenberg a Internet: Una historia social de los medios de comunicación [ISBN: 84-306-0479-0] comienza su relato justo con la aparición de la imprenta, la técnica que serviría para la difusión de conocimientos e ideas de una forma completamente industrial. Posteriormente, pasa a detallar los profundos cambios sociales que provocaría este invento, las distintas revoluciones ideológicas que se desarrollarían al calor de ésta, que provocarían guerras y movimientos culturales que derrocarían al poder establecido, etc. Sin embargo, cuando parece que la temática a abordar son los medios de comunicación y sus soportes, los dos autores, Asa Briggs y Peter Burke, reservan otro papel para otro tipo de comunicaciones como el vapor y la electricidad, la aparición del correo, el ferrocarril, el telégrafo, el teléfono, etc.

Pasado ese tramo de la revolución industrial, el siglo XX y el XXI son un suspiro, disponiendo de un papel menos destacado, como si la revolución de la comunicación se hubiese producido mucho antes, otorgando los instrumentos para lo que vendría poco después. La televisión, la radio y el surgimiento de los medios de comunicación son tratadas con suficiencia. Internet queda como una hoja en blanco, que todavía tiene que se escrita, que se escribe en el día a día, esperando una mejor oportunidad como si no mereciese un capitulo completo sólo para ello. Y qué decir de los medios de comunicación cuyo desarrollo se ha producido en el siglo XX modificando los gustos y consumos de la sociedad, que cayeron en el descrédito en tantas ocasiones para recuperarlo; sin embargo, se pasa por ello de puntillas, como si aquello no tuviese valor.

Podría considerarse que la parte más jugosa e interesante de este libro es su primera parte, dedicada a la imprenta en la que se desgaja con estilete todo lo que ésta provocó desde un punto de vista sociológico e historiodicista. Para aquellos que se vayan a lanzar a la lectura de este libro que no crean que van a encontrar un puñado de datos e historias entrelazadas, que las hay, si no más bien un análisis de ellos.

BRIGGS, Asa; BRUKE, Peter. De Gutenberg a Internet. Una historia social de los medios de comunicación. Madrid: Taurus, 2005

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«Derecho a tanteo» de Andrés Trapiello

El escritor Andrés Trapiello, del que ya recogimos otro texto, nos cuenta en distintos números de la revista Magazine, la historia de unos pergaminos que se perdieron por la dejadez del Estado. Una historia en la que el mundo del libro antiguo y la bibliofilia se unen con la picaresca y las ganas de ganar dinero (o bienes culturales) por cualquier medio.

Como curiosidad, para aquellos que les pueda resultar interesante, os señalamos que pudimos entrar en casa del escritor gracias a un reportaje del diario El Mundo.

I -17 de junio de 2007

La gente tiene de las subastas una idea confusa y novelesca, algo en lo que se mezclan la astucia, la codicia y el dinero. Precisamente una novela española, que conoció un notable éxito hace unos años, empezaba de ese modo, en una subasta de arte: al conservador de un museo estatal se le escapaba cierta carta marina que contenía no sé qué fabulosos y encriptados tesoros y mensajes que anunciaban peripecias trepidantes. En ese punto cerré el libro: el novelista o no sabía o no le convenía recurrir al derecho de tanteo, a saber: el que tiene el Estado para quedarse con cualquier lote subastado. De haberlo sabido, de haberlo querido, aquel funcionario habría retenido tal carta con sólo levantar un dedo y sin el menor esfuerzo; claro que en ese caso el novelista se habría quedado sin novela.

Para garantizar la limpieza de una puja en una subasta pública a la que puede concurrir cualquiera que se haya acreditado previamente, el Estado se mantiene al margen. Cuando ha concluido la puja y los particulares han subido hasta donde lo han creído conveniente, el Estado, agazapado hasta entonces en un oscuro rincón, sale de su observatorio y dice, para frustración de los pujantes: me lo quedo. Naturalmente hasta rematar la puja no se sabe qué lo tes podrán interesar o no al Estado que, disponiendo de fondos públicos, ha de velar por su buena administración. Dicho en otras palabras: también al Estado le gusta comprar barato, aunque, en honor a la verdad, lo cierto es que siempre acaba tirando con pólvora del rey. ¿Y quién representa al Estado? A menudo, una persona sin relieve, apática y despegada, alguien un poco zoquete y sin demasiado amor a su trabajo.

No suele uno ir a las subastas por diversas razones: son tediosas y en ellas, embarcado en la ebriedad de las pujas, un poco delirantes casi siempre, acaba pagando más de lo que tenía pensado pagar y más de lo que muchas veces vale en el mercado eso por lo que se ha encaprichado. El deseo es una laberinto siempre misterioso. No obstante, de vez en cuando, ante la aparición de tal o cual libro, cuadro o papel viejo, se ha asomado uno a ellas. Creo que le verdadero espectáculo suele estar más en la vida de los pujistas que en las pujas. Hace unas semana estuve uno en una donde se subastaba la importante biblioteca de un musicólogo, poeta y editor argentino. Aparecía en ella un apreciable número de libros de Juan Ramón Jiménez dedicados por éste a aquél. Salieron a un precio alto y en algunos casos se remataron en cifras astronómicas. Pujaban por ellos libreros de viejo y algunos particulares que vieron segadas a cercén sus pretensiones, porque el Estado ejerció en todos los casos el implacable derecho de tanteo, como si fuese un derecho de pernada. A la enésima y extemporánea intervención del funcionario, alguien comentó sarcástico: "El Estado acaba de descubrir a Juan Ramón". ¿Es que el Estado no había tenido en los últimos cien años ocasión de comprar, y desde luego a mejor precio, tales libros? Nos consta incluso que ya los tiene. ¿Para qué los quiere, entonces? Déjenme que les cuente una historia, esta sí, entretenida y fabulosa.

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¡Es la información, estúpido! Desastres de la información

Desastres de la informaciónRecibíamos, en el último número de la revista El Profesional de la Información, una reseña del libro Pequeños y Grandes Desastres de la Información de Josep Corbasí, coordinador del Postgrado de Gestión del Conocimientos en las Organizaciones de la UOC, editado por Infonomía del que Véase Además ya publicó una nota. Por otro lado, al profesor Corbasí lo pudimos ver en el Fesabid 2005 de Madrid donde presentó una ponencia sobre los desastres informacionales que me llamó poderosamente la atención sobre cómo la información mal gestionada, desde cualquier punto de vista, puede llevar a equívocos o situaciones tremendamente complejas desde un accidente nuclear hasta la desestructuración completa de una sociedad.

El libro Pequeños y Grandes Desastres de la Información [ISBN: 84-609-7770-6] es una recopilación de algunos de los textos que Corbasí fue publicando en la sección i-desastres dentro del sitio web de Infonomía desde septiembre de 2003. Actualmente, 25 capítulos de los desastres de la información pueden ser recuperados en Wikilearning, aunque el libro dispone de 29, todos ellos son interesantes y atractivos pero que pecan de falta de profundidad. Obviamente, debemos tener en cuenta que los textos fueron redactados dentro de un contexto muy específico, su difusión vía internet para su consumo rápido y ameno. De hecho, ya sobre el papel, son muy sencillos de leer, pero obviamente, un desastre informativo no puede ser lo suficientemente presentado y estudiado en tres páginas, que es lo que dispone cada capítulo de media, para poder llegar a una conclusión clara de los problemas, desarrollo y posibles soluciones a aportar sobre ellos.

El libro se estructura en tres bloques: Información y decisiones: Una pareja difícil; La información, estúpido; y Desastres cotidianos. En ellos, podemos encontrarnos desde erupciones volcánicas, el desastre del transbordador Columbia, el referéndum de la Constitución Europea o los problemas con los tableros de control de las centrales nucleares. Puede que el que más me haya llamado la atención, aunque ya lo conocía, es el fenómeno de condensación de la información en forma de Power Point que Corbasí lo denomina aquí la Powerpointcracia. Y no es que el autor tenga nada contra las presentaciones digitales, sino más bien, y es una frase que puede resumir todo el problema, en algunas conferencias se llega a los extremos de preguntar: ¿Tú tienes algo que decir o tienes un Power Point?

En resumen, un libro ameno y curioso que tampoco tiene mayor ambición que presentar algunos problemas informacionales de forma suscinta y que, desde luego, puede llegar a dar para mucho más que un libro de estas características. De recomendable lectura, sin lugar a dudas.

CORBASÍ MORALES, Josep. Pequeños y grandes desastres de la información. Barcelona: Infonomía, 2006

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«El más alto erotismo» de Gioconda Belli

Es la hora de la idea.
La hora del más alto erotismo,
del cuerpo reflexivo
meditando los trasiegos:
la materia hecha elixir
el sexo vertiendo olor a biblioteca
olor a libro antiguo
y delicioso.
Lees mi piel ahora
como una Biblia leída y vuelta a releer
que contuviera todas las posibles oraciones
necesarias para la humana salvación.
Con los ojos cerrados
sabes llega al capítulo del clímax
al fragmento más lírico
o a las aún indescifrables profecías.

Es la hora del sabio escriba
que con la pluma de tinta húmeda y
la mano sin temblores
traza el placer
con la caligrafía exacta.

BELLI, Gioconda. Fuego soy, apartado y espada puesta lejos. Madrid: Visor, 2007. P. 9

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A su lado, los libros de bolsillo son gigantes

En los años treinta llegó el libro de bolsillo. Los lectores en Alemania, Reino Unido y Estados Unidos respondieron magníficamente a la idea de poder leer en el tren o el autobús un libro de reducido formato fácilmente transportable. Parecía algo novedoso: un producto de ocio diseñado y adaptado a la era científica.

Pero la realidad es que el libro en miniatura existía desde hacía ya casi cinco siglos. Los primeros fueron los manuscritos iluminados que podían llevarse suspendidos de la cintura con una cadena, previos a la invención de la imprenta. Si se compara con ellos, un libro de bolsillo parece gigantesco. Los más grandes miden ocho centímetros por cada lado a lo sumo. A medida que se mejoraban las técnicas de fabricación de libros, los más pequeños se hacían más pequeños aún. Algunos encuadernadores rusos y japoneses han publicado libros del tamaño de cualquier letra "a".

Libros en miniatura: 4000 años de tesoros diminutos es el título de una exposición que se celebra hasta el 28 de julio en el Grolier Club de Nueva York y cuyo tema es la reducción de la página llevada al límite. Anne C. Bromer y Julian I. Edison han preparado un libro con el mismo título que la exposición publicado por Harry N. Abrams y el Grolier Club.

Aunque los libros son diminutos, el tema es enorme. Abarca desde las tablas mesopotámicas con escritura cuneiforme del tamaño de la uña de un pulgar, a las primeras Biblias infantiles en miniatura publicadas en el siglo XVII, así como la primera publicación en forma de libro de la Proclamación de la Emancipación de Abraham Lincoln, volumen de ocho centímetros que se distribuyó entre los soldados de la Unión y los esclavos durante la Guerra Civil estadounidense.

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Una visión de los best-sellers

El Roto nos ofrecía el pasado domingo en el diario El País una visión bastante particular, aunque no podríamos negar que fuese sincera, de los llamados Best-Sellers. Esta ilustración bien podría acompañar la sección Tribuna, que se encontraba a sólo dos páginas, en la que Enrique Murillo, Los espías lentos, los espías cornudos, y  Julia Navarro, Muchos lectores, mala prensa, daban argumentos sobre este género tan odiado y apreciado a partes iguales.

Los best-sellers por El Roto

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«Descatalogado» de Juan José Millás

Diario El País – 11 de mayo de 2007

Vi en un cementerio este curioso epitafio: Agotado, así, sin más. Me llamó la atención porque se trata de un término procedente del mundo editorial. Los libros se agotan. Eso es al menos lo que dicen los libreros cuando no encuentran el título que les hemos pedido: está agotado. A veces, si te empeñas, puedes encontrar un ejemplar perdido en los anaqueles de otra librería. En ocasiones, la editorial lo reedita, que es como devolverlo a la vida. La resurrección de los muertos. Pero los seres humanos sólo tenemos una oportunidad, en ocasiones media (y eso que estamos  encuadernados en piel). Cuando nos morimos (o nos agotamos, como ustedes prefieran), no nos vuelve a encontrar nadie en ningún sitio. Yo disponía hasta ahora de un epitafio que me gustaba mucho (Eso fue todo), pero quizá adopte Agotado, que metafóricamente significa también que estás hecho polvo. Y no está mal para una lápida: Hecho polvo. Real como la muerte misma.

Pero no nos precipitemos. Tenemos toda la vida para elegir el lema de nuestra tumba. Hay otro término, procedente también del sector editorial, muy interesante: descatalogado. Se dice de aquellos libros que, además de agotados, han desaparecido de la nómina del editor. Si estar agotado es bueno, porque significa que el libro se ha vendido, la descatalogación implica un cierto grado de violencia. Sobre un título agotado se mantiene la esperanza de la reedición; sobre un volumen descatalogado, en cambio, no hay horizonte alguno. Hasta al librero se le pone cara de pésame cuando comunica al comprador que el título que solicita está descatalogado. "Busque en internet", añade a modo de consuelo, dando por supuesto que en la red se puede llevar una existencia póstuma.

Con todo, no hay caso peor que el de aquellos libros que desaparecen sin haber llegado a formar parte del catálogo, títulos que el editor publicó por compromiso, o por pena, pero que nunca formaron oficialmente parte de su fondo. Me gusta este epitafio también, Descatalogado: significa que ni siquiera llegaste a vivir de forma suficiente. Que naciste de casualidad (¿quién no?) y te fuiste sin haber llegado a estar del todo. Tomen nota mis deudos. Muchas gracias.

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