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La cita que inaugura el primer capítulo del libro de John Battelle, The Database of Intentions, es un avance de lo que vendrá después. Relatar la historia del buscador que revolucionó Internet nada más aparecer, cuya primera publicidad fue el boca a boca de los entusiastas que descubrían su efectividad, no debe ser nada sencilla. Y es que Google es, a día de hoy, sinónimo de buscar información en Internet y tener la certeza de encontrarla.
El buscador es el lugar desde el cual se trata de forjar una nueva forma de hacer negocios, con mayor o menor fortuna, una nueva filosofía por y para la Red que trata de ser resumida en una sola frase Don’t be evil (No seas malo). La cita, que es la siguiente, nos abre el apetito conscientes de que nos estamos sumergiendo en una historia fascinante que actualmente se está escribiendo y que este libro refleja su punto álgido:
The library of Alexandria was the first time humanity attempted to bring the sum total of human knowledge together in one place at one time. Our latest attempt? Google.
Brewster Kahle, entrepreneur and founder, the Internet Archive
Antes de que Tim Berners-Lee diseñase la Web, antes de que Google fuese instalado en la habitación del campus de Stanford de Larry Page, antes de que Altavista fuese pensada para demostrar el potencial de hardware de DEC, Internet ya existía y los científicos colgaban sus documentos en sus servidores compartiendo su información. Hace 16 años de la creación del primer buscador, a algunos les parecerá muy poco tiempo, a otros les parecerá una eternidad, pero ya en sus inicios Internet era un maremagnum informativo del que era complicado obtener los recursos deseados.
Por supuesto que, según fue madurando, los sistemas cambiaron y se hicieron más accesibles al resto de los usuarios permitiendo su universalización. Si en un principio los ficheros informáticos se dejaban en un servidor al que había que conectarse mediante un interfaz de interrogación mediante comandos, posteriormente, se desarrolló el Gopher para tratar de clasificar toda la información mediante menús y submenús, lo cual facilitó enormemente la clasificación y localización de la información. Pero no fue hasta la invención de la World Wide Web cuando se creó un sistema interconectado y mediante el cual se podían consultar documentos, además de referenciar a otros, mediante un software específico que permitía su visualización. Sistema, por otro lado, hasta el que hemos llegado hoy.
Lo que sigue son unas breves descripciones de los buscadores que se atrevieron a afrontar los retos de localización de la información que ofrecían los muchos servidores que poblaban Internet con sus características específicas. Primero, el FTP, después el Gopher y finalmente la Web.
Un documentalista, y además enredado, no debería dejar de escribir unas líneas como humilde homenaje al creador de la Web: Tim Berners-Lee. Fue suya la primera página web creada y disponible en un servidor web, a la que lentamente se irían añadiendo otras de científicos, claro está, que marcarían la incipencia de la creación de una red que adquirió, y tiene, un crecimiento vertiginoso. Pero, si vamos a hablar de la Web, tampoco podemos dejar de recordar, al igual que se hace en la mayoría de los artículos escritos sobre su invención, la distinción de lo que es Internet de lo que es la Web. Por ello recordaremos que Internet es el soporte físico de la Web (Servidores, cables, enrutadores, DNS, etc.) mientras que la Web sería los ficheros informáticos que la constituyen y que deben ser interpretados por el software que tenemos instalado en nuestros ordenadores, en general, los navegadores. Pero entremos en materia y analicemos brevemente, la creación y concepción de la Web y su rápida evolución.
Tim Berners-Lee, considerado como uno de los 100 personajes del siglo XX por la revista Time, nació en 1955 en Londres (Reino Unido) licenciándose en Física en 1976 en la Universidad de Oxford. La creación de la Red surgió a partir de la idea de crear un sistema de gestión de la información mediante el uso del hipertexto. Su finalidad era facilitar la transmisión de la información y favorecer así la actualización informativa de los científicos, además de tratar de prevenir la pérdida de información. La propuesta (Information Management: A Proposal) de creación de este sistema lo realizó al Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN) de Ginebra donde trabajaba en aquel momento, aunque su idea no tuvo el éxito esperado.
El 11 de marzo de 2004 José María Aznar, entonces Presidente de España, mantuvo conversaciones con distintos medios de comunicación nacionales para asegurarles la autoría de los atentados terroristas que se habían sucedido en el Metro de Madrid durante aquella mañana. Entre otros responsables de medios de comunicación, el Presidente mantuvo una breve conversación telefónica con Jesús Ceberio, director del diario El País, en la que sostuvo la tesis de que fue el grupo terrorista vasco el autor material de las explosiones.
Durante aquella mañana, los principales medios de comunicación impresos nacionales se apresuraron a confeccionar y publicar una edición especial que sería distribuida para el mediodía de aquella haciaga jornada. En el número especial de El País, la portada destacaba el titular Matanza de ETA en Madrid, mientras que otros no se atrevían a atribuir aún la autoría de los atentados a ningún grupo terrorista.
Alejándonos de las razones políticas que se desencadenarían posteriormente, el diario cayó en lo que se denomina Asimetría Informativa, dando por buena y veraz la información que nos puede transmitir un experto, alguien que dispone de suficiente información sobre un tema para poder ser considerada por buena de facto. En nuestro caso, es el Presidente de un Gobierno el experto al que debemos escuchar y creer, aunque la polémica se extendió largamente entre el Gobierno de entonces y el propio Jesús Ceberio sobre las actuaciones de unos y otros.
Pero, la Asimetría Informativa existe en muchos planos de la vida diaria como bien nos ilustra el libro Freakonomics (ISBN: 8466625127). Uno de los ejemplos más ilustrativos es el de los agentes inmobiliarios en Estados Unidos, aunque también se aporta el caso de los médicos.
En los últimos años, estamos viviendo una creciente tecnificación de nuestras vidas. Toda una serie de nuevas tecnologías de la comunicación y del ocio, desde teléfonos móviles a televisores de plasma, se están introduciendo de manera desaforada en la sociedad española; en cambio, respecto a la implementación del uso de Internet, seguimos a la cola.
Desde la Administración se promueve la utilización de Internet, por las ventajas que ello conlleva, en todos los ámbitos: el laboral, el ocio, la comunicación y, por supuesto, para la propia interacción con la Administración, con su política de e-gobierno o administración electrónica, aunque a este respecto tampoco estamos para lanzar cohetes.
La cuestión es que, a pesar de que al parecer el internauta español ha alcanzado la “madurez” en la utilización de éste medio de comunicación y fuente de información inigualable, estoy convencida de que el ciudadano medio está mucho mejor capacitado para buscar y descargar la música o película que le guste, localizar las ofertas de ocio y viajes, contratar dichos servicios y comprar todo tipo de productos a través de la Red, que para saber cómo y dónde buscar información relativa a organismos públicos de una manera eficiente y fiable, como ya nos ilustró Marcos en una ocasión. Todos usamos Google, y yo la primera, para buscar todo tipo de información, pero tenemos que llegar más allá si queremos que esa información sea la adecuada.
Hoy en día, la típica frase de “está en Internet” está supliendo lentamente a aquello de “lo dice este libro o aquella revista”, como si una cosa o la otra fuesen verdades absolutas e irrefutables. En cuanto al grado de fiabilidad, desde luego que aquello que se edita en papel podemos confiar en que sea más ajustado a la realidad, por aquello que debe de pasar por numerosos filtros hasta su publicación final. Pero no podemos ni debemos olvidar que esto no quiere decir que lo que se encuentra impreso sea completamente correcto ni que sea una verdad absoluta.
Podemos considerar que en el caso de aquello que se encuentra publicado en Internet es un caso a parte, puesto que cualquiera puede volcar cualquier texto a la Red sin que nadie necesariamente le ponga cortapisas. Sin embargo, el hecho de que la Red se convierta en la fuente de información universal parece darnos licencia a permitirnos creer que lo que allí, o aquí, se dice es sin lugar a ninguna duda completamente cierto. Lo cual no quiere decir que no sea ni verdad ni sea falso, sino que tal vez sea completamente circunstancial.
Hace apenas unos días, una de esas personas que realizan sus prácticas en mi lugar de trabajo, mal llamadas prácticos o becarios, acudió al servicio de documentación para solicitar una foto de Fulanito. Desgraciadamente no disponíamos de ninguna foto, por lo que tratamos de localizarlo por el cargo que, según el becario, ostentaba en ese momento. El práctico creía que Fulanito era ni más ni menos que el Presidente de una Institución española, por lo que me sorprendió que no dispusiéramos de ninguna foto de él. La(s) búsqueda(s) resultaron infructuosas puesto que aquel señor no aparecía por ningún lado, aunque, por supuesto, Menganito aparecía tanto como Presidente como ex-presidente de la institución, lo cual nos llevaba a deducir correctamente que había sido relevado.
Como cualquier profesional de la información sabe, el préstamo interbibliotecario es un servicio que se encarga de la obtención de documentos que no se encuentran en las bibliotecas, solicitándolos a otros centros españoles o extranjeros. En general, a través de este servicio las bibliotecas gestionan para sus usuarios el préstamo temporal y/o la reproducción de documentos.
Pues bien, hoy en el suplemento Ciberpaís, redescubrimos este servicio de préstamo en el artículo El préstamo en red permite pedir libros de bibliotecas de otras provincias, pero esta vez con un enfoque hacia el desarrollo de este servicio gracias a la utilización de Internet. Lo más curioso es el tratamiento innovador que se le da a este servicio tan difundido desde hace tanto tiempo sin la necesidad de redes telemáticas de por medio.
Todo sea por la promoción de las bibliotecas y sus servicios al ciudadano.