La innovación, bien entendida, no supone un cambio radical en la tecnología, ni ingentes inversiones en equipos, ni siquiera un gran gasto en formación de personal dentro de las organizaciones. Todos los días innovamos, casi sin percatarnos. A la hora de realizar tareas, tratamos de mejorar los procesos de tal manera que consigamos o bien obtener una mejora en el costo económico o bien en el productivo (Nos cuesta menos esfuerzo realizarla). Por ejemplo, cuando decidimos realizar una ruta diferente hasta nuestra casa y descubrimos que atajamos unos minutos. Así, la innovación se define como la aplicación de nuevas ideas, conceptos, productos, servicios y prácticas, con la intención de ser útiles para el incremento de la productividad.
Tanto en la vida diaria como en el trabajo, innovamos casi sin darnos cuenta de ello. Consideremos, por ejemplo, en la forma que trabajábamos hace cinco años y caeremos en la cuenta de que, efectivamente, ha habido cierta evolución y en la mayoría de los casos positiva. Por supuesto que una de las mayores fuerzas dinamizadoras en la innovación ha sido la Web. Ya bien se trate de una forma meramente informativa, pensemos en el buscador y la sencillez con la que encontramos casi cualquier cosa en la Red (Un teléfono, un contacto), por ejemplo, o de procesos (La bien celebrada Web 2.0 y todo lo que ha supuesto), Internet y los conceptos desarrollados a partir de ella (Las Intranets, por ejemplo) ha cambiado nuestra forma de comunicarnos y compartir información con nuestros compañeros de trabajo, proveedores y clientes.
Por supuesto que la tecnología ha supuestos grandes mejoras, pero también grandes cambios a la hora de comunicarnos y los flujos de información internos de las organizaciones han sufrido cambios significativos y no siempre a mejor. Por ejemplo, ¿a que ya no suena tanto el teléfono de la oficina? Muchas personas plantean las mejoras de la comunicación y de la vida laboral, precisamente buscando la comunicación verbal mediante iniciativas como el “viernes sin correo electrónico” en la que los trabajadores de una organización deben comunicarse por cualquier medio excepto por correo electrónico a no ser que sea completamente necesario.
En cualquier caso, aunque la aplicación de nuevos procesos tecnológicos dentro de las organizaciones pueda fomentar la mejora de procesos, no todos utilizamos las herramientas de igual forma, ajustándonos a nuestros procesos mentales y de aprendizaje. Imaginemos, por ejemplo, cómo utilizamos los navegadores. Algunos de nosotros utilizaremos los marcadores (Otros ya habremos dado el salto hacia el Marcado Social), otros guardaremos las contraseñas dentro de ellos, otros borraremos las cookies todos los días… Es decir, dependiendo de nuestros conocimientos, experiencias y nuestro nivel de ansiedad utilizaremos las herramientas informáticas de una manera u otra, obedeceremos a los que nos dicen “esto no se puede hacer” o simplemente nos revelaremos frente a ellos indignados.
Pero como se suele anunciar, parafraseando el eslogan comercial, “no hay nada imposible”. A veces las barreras en la innovación aparecen donde menos cabría esperarlo.
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