Magnolia de Paul Thomas Anderson nos muestra una serie de historias donde sus personajes se encuentran interrelacionados en cierta forma, ¿recuerdan aquello de los Seis Grados de Separación?, pero que no llegan a confluir todos al unísono hacia un mismo desenlace sino que les tiene preparados distintos finales. De esta manera, las tramas de cada uno suceden de forma paralela durante unas pocas horas a lo largo de un mismo día en el que llegarán a cierto punto crítico cuando finalmente decidirán dar el paso para comenzar a cambiar las cosas en sus vidas.
Puede que, en esta película, Anderson esté retratando de nuevo la soledad de las grandes ciudades, personas rodeadas de iguales que no saben o no les quieren escuchar lo que provoca una multiplicación en su sentimiento de aislamiento a pesar de encontrarnos en la era de las nuevas tecnologías. Fundamentalmente, nos enfrentamos a personajes frustrados a distintos niveles de su vida personal, donde algunos tratar de satisfacer los deseos de las personas que quieren, mientras que otros consideran que la vida los situó ahí y sólo deben dejarse llevar.
Uno de estos personajes es un niño prodigio dedicado a un programa de TV que se encuentra en antena más de 30 años. Presionado por su padre, carga con cuatro bolsas de libros todos los días que se marcha al colegio y se dedica por entero a llenar su cabeza con anécdotas que posteriormente regurgitará en la batería de preguntas del programa. Algunas de las escenas se desarrollan dentro de la biblioteca escolar de su colegio que os recogemos para esta ocasión.
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