2018
fue el año que se le cayó la careta de Facebook definitivamente.
Detrás de la imagen, un tanto amable de Mark Zuckerberg, ya puesta
en duda en la película de David Fincher La
Red Social, en la que se mostraba al CEO de Facebook como una
persona ambiciosa y sin apenas escrúpulos (aunque se le trataba de
edulcorar hacia el final de la cinta); descubrimos una realidad en la
que lo sencillo es traficar con nuestros datos casi con total
impunidad. Así, tras disculpa tras disculpa, Facebook ha ido
escurriendo el bulto durante todo el año.
Sin embargo, hace ya bastante tiempo que se nos
advirtió que cuando algo era gratis, el
producto éramos nosotros. En definitiva, que alguien estaba
explotando esa información que desinteresadamente, casi sin darnos
cuenta, estábamos dándoles un pozo de información de la cual se
podía extraer un beneficio económico.
No nos llevemos a engaño. Cada
vez que conectamos un servicio adicional (Spotify, iVoox, etcétera)
a Facebook o a Google, le estamos dando una llave a acceder a una
gran cantidad de información a una y a otra empresa. Una
información que nos descubre quiénes somos a terceros hasta
extremos que como usuarios no podemos imaginar. Os invito a que os
paseéis por la web de Google
My Activity o vuestro historial
de localizaciones para descubrir qué sabe Google de vosotros.
Por supuesto que esto es sólo una pequeña parte de lo que la
empresa de la gran G sabe de nosotros.
Esta información no sólo sirve para saber qué
nos ha interesado, si no también qué nos puede llegar a interesar.
En el caso de Google, en diciembre de 2009, implementó un algoritmo
para ajustar los resultados al usuario. De esta manera, buscásemos
lo que buscásemos, Google trataría de acomodar la información que
nos proveyese atendiendo a nuestros gustos. Por ejemplo, dependiendo
de la información que tuviese la empresa de Mountain View, cuando
buscásemos “partido político” podría preponderar información
sobre partidos de la izquierda o de la derecha partiendo de nuestras
búsquedas previas y nuestras preferencias.
Este
filtro burbuja ya establecido provoca que nos veamos
limitados a la hora de obtener la información más relevante ante
una búsqueda. Realmente Google nos ofrece lo que queremos leer, no
la información más completa y mejor. Esto puede derivar hacia que
la próxima batalla se va a establecer respecto a qué datos pueden
ser usados y cómo en cuanto usamos la red. La
privacidad se está convirtiendo en una característica de los
productos de Apple sin ir más lejos.
En España, tenemos un ejemplo respecto a la ley
que permite recopilar datos a los partidos políticos para definirnos
ideológicamente. Este movimiento legislativo ya ha sido
contestado por la Agencia de Protección de Datos española afirmando
que es ilegal recopilar información sobre la ideología de las
personas, aunque obviamente parezca que esa información ya se
encuentra recopilada y disponible para quien quiera usar de ella.
Ya se ha demostrado que en Twitter
(y por supuesto en cualquier
red social) seguimos a personas que tienen nuestros mismos
puntos de vista, que no seguimos a personas del signo contrario.
El riesgo es que se nos intente manipular de cierta manera para que
cambiemos nuestro punto de vista, que no alcancemos la información
que nos daría un contrapunto y que nos hiciese cuestionar nuestras
creencias previas. De esta manera, una fuente podría darnos una
información falsa interesadamente, dándonos una confirmación de
algo que tenemos nosotros prefijado previamente y que no
necesariamente se acercase a la realidad.
En definitiva, el riesgo no es la información,
sino la desinformación y la manipulación como se ha ido demostrando
los últimos años. Una vez más, como consumidores de información
debemos considerar qué fuentes de información consultamos, qué
ética se persigue y si realmente esta fuente de información es real
o de humor (¿cuántas personas de habla hispana y no hispana saben
que El Mundo Today es un medio satírico?).
Actualmente, el acceso a la información es casi
inmediato, pero sin filtro. El filtro lo establecemos cada uno de
nosotros con nuestra experiencia, aunque gracias a los algoritmos
serán otros los que decidan cómo y qué tipo de información
consumiremos.