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El Documentalista Enredado Entradas

No se trata de cómo huele el papel

He de confesar que he disfrutado terriblemente de las conversaciones derivadas tras la adquisición de mi libro electrónico. En muchas de ellas, en las que tengo que admitir que no he sido capaz de convencer, me he enfrentado con enfervorecidos defensores del libro tradicional, verdaderos amantes del tacto, olor y de las sensaciones que sólo puede provocar cuando abres ese conjunto de hojas encoladas o encordadas en tus manos. Sólo me cabe admitir que en el fondo, lo entiendo.

El formato libro nos ha acompañado durante más de 1000 años, hemos crecido aprendiendo a leer con ellos, adquiriendo nuestros conocimientos tras pasar horas y horas frente a ellos bajo la luz de una bombilla. Nos hemos entretenido, enfadado, asustado, sorprendido con incontables novelas. La constatación de que involucionamos hacia la tableta, de que esos tesoros no podrán ser mostrados en nuestras estanterías nunca más, enclaustrados en ficheros electrónicos, puede llevarnos a una consternación inicial, una fase de negación. “El papel no va a morir”.

Sin embargo, no se trata de cómo huele el papel. Se trata de cómo se consume la literatura y desde luego que el trasvase de lectores desde el papel hacia lo digital es irrefrenable. Habrá quien intentará mantener el ecosistema del libro, confiando ingenuamente en que los lectores no se percatarán de los beneficios posibles del libro digital. Sin embargo, el cambio es inevitable. En España, el boca a boca y las tasas de adopción se acelerarán durante este fin de año propiciadas sobre todo por el desembarco de gigante norteamericano Amazon.

En el sector cultural, las reglas del juego han cambiado terriblemente en la última década y de forma dramática. Nunca hasta ahora el acceso a la cultura había sido tan sencillo. El sector musical fue el primero en sufrir en sus propias carnes y se equivocó. El sector audiovisual ha intentado no errar el tiro, desarrollando alternativas que no terminan de cuajar del todo. En cuanto al sector impreso, desde el punto de vista de la Prensa se encamina hacia un destino incierto, mientras que el editorial, en España, desarrolló un modelo de negocio digital ineficiente e incómodo.

El problema de los creadores de contenidos es que las empresas que se están quedando con el control sobre la distribución de la Cultura son empresas tecnológicas. Empresas despreocupadas por el contenido, ocupadas por que el continente se venda y el reparto de beneficios. Y el continente es simplemente un fichero, la venta de una solución tecnológica. Ése es el peligro y el drama. La concentración de soluciones en una especie de monopolio globalizado en que tan sólo dos o tres empresas dispongan el 80% del mercado.

Por supuesto que esto está sucediendo ahora. No es algo inamovible, habrá que ir escribiéndolo día tras día. Pero la perspectiva me parece apasionante y el debate de qué si el formato digital se impondrá lo descubriremos en un corto plazo de tiempo.

Personalmente, no creo que el papel muera. El libro en papel disfrutará de su nicho de mercado, que quedará para el coleccionismo como es el vinilo para los melómanos.

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Revisando las cloacas de Internet

Desgraciadamente, para nuestra sociedad, no todas las profesiones son iguales aunque se traten para el bien común. De hecho, se considera que hay profesiones que son dignas de elogio como el médico o el profesor; mientras que existen otras profesiones que aparentemente no son tan agradables y que se asume que alguien debería irremediablemente hacer como son el caso de enterrador o pocero. Internet es un fiel reflejo de nuestra sociedad, en ocasiones a nuestro pesar, y por supuesto que también existen trabajos que alguien debe de realizar seguramente a su pesar.

Una de ellas, aunque resulte sorprendente, podría ser revisor de aplicaciones en la App Store de Apple. En ella, distintos ingenieros informáticos se dedican a revisar una a una las aplicaciones que se envían para su distribución dentro de la App Store. El drama de estos informáticos consiste en que Apple sigue una política férrea en cuanto a las aplicaciones destinadas a la pornografía y esto en ocasiones no es tenido cuenta por los desarrolladores que incansablemente lanzan aplicaciones de este tipo para su revisión. El resultado es la denuncia de Mike Lee, antiguo ingeniero senior de Apple, respecto al trabajo que realizan los revisores que tienen que estar filtrando continuamente aplicaciones dedicadas a los genitales masculinos.

Desde luego que existen trabajos aún peores, aunque parezcan igual de inocentes. Como, por ejemplo, revisor de resultados de Google. He de señalar que esta situación la viví personalmente, cuando trabajé durante unos meses como Quality Rater para Google. Mi trabajo consistía en revisar los resultados que ofrecía el algoritmo ante distintas consultas y, en ocasiones, los resultados eran bastante desagradables. Debo decir que en ese momento no eran tan duros, ni siquiera se acercaban al relato que un subcontratado de Google denunció hace unas semanas.

Él tuvo que enfrentarse a escenas de decapitaciones, zoofilia o pederastia. Escenas que empezaron a turbarle tan profundamente que necesitó asistencia psicológica y finalmente fue despedido a los nueve meses. Estos infames contenidos deben ser dados de baja a las 24 horas de su denuncia, pero obviamente se generan continuamente y, por lo visto, en YouTube es aún peor.

Por lo visto, la miseria humana también alcanza las herramientas que utilizamos todos los días de forma casi inconsciente.

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“Steve Jobs” de Walter Isaacson

Parece observarnos desde la portada, con la mirada divertida e inteligente, dedicándonos una sonrisa entretenida, casi pícara. Esta fotografía emula a un retrato que ya le harían en su primera etapa en Apple. En aquella, mucho más joven, con el flequillo característico de aquellos que no tienen nada que perder gracias a su juventud, su mirada es mucho más penetrante, más inquisitiva, más pura. En la segunda fotografía, canoso, con alopecia y con una barba cuidadosamente descuidada; su aspecto es mucho más relajado, parece que ya ha vivido suficiente para haber encontrado su camino, para haberlo cambiado todo y con intención de seguir intentándolo.

El autor, Walter Isaacson, fue invitado por Jobs a componer su biografía para tratar de explicar a sus hijos cómo había construido un imperio tecnológico y el porqué de no haber pasado bastante tiempo con ellos. Isaacson trata reconstruir una personalidad nada sencilla y con múltiples aristas que nace ya marcada desde su nacimiento por su abandono y una búsqueda interior en su juventud que no dio especial resultado, ya que él mismo abandonó a su primera hija, Lisa. Es, por tanto, una biografía oficial marcada por la decisión de Jobs de contar su propia historia, de facilitar el acceso del periodista a sus seres queridos, a sus colegas de trabajo y a sus enemigos más acérrimos. Según cuenta Isaacson, en sus últimos momentos, Jobs le confesó que esperaría a que pasase un año antes de leerla, para que no se enfadarse tanto.

De Steve Jobs nos quedará el recuerdo de sus presentaciones, sus zapatillas, sus vaqueros y su jersey negro. Esas keynotes que solía adobar con el famoso y mágico “Y una cosa más” que empezó a desvanecerse a finales de su última etapa en Apple debido a las filtraciones y descuidos. En su última etapa, Jobs no se sacaría un nuevo conejo de la chistera, pero creó una cultura de entender la tecnología y los objetos que nos rodean que seguirá evolucionando en los años venideros tanto dentro de Apple como fuera de ella. Durante el tiempo que estuvo en activo cambió varias industrias (Informática, musical y cinematográfica con Pixar) con su visión particular del desarrollo y la capacidad de la tecnología disponible barriendo a los competidores que trataban de seguir su ritmo.

Su intensa personalidad se desprende en cada una de las páginas del libro de Isaacson. Su “campo de distorsión de la realidad” impulsaba a sus colegas a llegar a límites insospechados, de hecho, según admitía el equipo desarrollador del Macintosh, “llegamos tan lejos porque no sabíamos que no podía hacerse”. Jobs les exprimía hasta las últimas consecuencias, para él todo o “era una basura o era genial”, no había términos intermedios. Esa audacia, ese comportamiento blanco o negro, lo pagó caro tras ser despedido de Apple justo después de la presentación del Macintosh, y posteriormente su obcecación su propia vida al no querer enfrentarse al cáncer y buscar otras alternativas.

 Isaacson nos presenta a un personaje sin concesiones. En un estilo periodístico, claro y directo, establece una estructura narrativa en la que prevalece el desarrollo profesional de Jobs más que el personal. Sus colaboradores y sus detractores se suceden apoyando la visión de Jobs y a pesar de la divergencia de puntos de vista, confirmando que a pesar de las agrias discusiones, todos concluyen que Jobs solía tener razón.

No acabó sus estudios, no fue un programador, fue una persona sensible y amante de la tecnología que trataba de hacer lo complejo sencillo, que un objeto no necesitase más que un momento para ser comprendido y usado. Isaacson se enfrenta al reto de condensar una vida difícil y una personalidad extraordinaria en 744 páginas y tratar de hacerlo ameno. Lo consigue. Desde luego que se trata de un retrato amable de una vida apasionante y contradictoria, de un ser iracundo y mentiroso en ocasiones, pero que en sus últimos momentos trató de dejarlo todo listo y hacer las paces consigo mismo.

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Que no me quiten mi libro electrónico

Últimamente, los escritores – y sus editores – parecen obcecados en que los lectores empedernidos hagamos prácticas de musculación con los mamotretos que lanzan al mercado. Parece ser que siempre parece más digno explicar una escena en veinte páginas cuando tal vez no fuese necesario hacerlo en más de una (Algo que también es aplicable al cine donde las explicaciones en ocasiones sobran). Aquellos que leemos en cualquier lugar ya sea sentados o recostados encontramos tremendamente trabajoso tratar de leer estos tochos de papel cuando los comenzamos o cuando ya los estamos finalizando. Puede ser que por ello siempre me pareció atractiva la perspectiva de que el libro electrónico estableciese una constante encuanto a la masa del libro (continente) y su contenido.

He de confesar que me he mantenido fiel al papel hasta hace dos semanas. Uno de los pocos atractivos que me ofrecía el libro electrónico pasaban por la falta de fondo editorial, añadiéndole el hecho de que las editorias no se decidían a lanzar un formato conjunto y sencillo de comercializar. La experiencia Libranda y ese esfuerzo denodado de poner trabas a los consumidores que desean adquirir un libro electrónico, invitaban más a permancer quieto que a tratar de imbuirse en el libro digital. Desde luego que el lanzamiento del iPad y, sobre todo, Amazon y su Kindle lo han cambiado todo.

Steve Jobs nunca consideró en lanzar un reproductor de libros electrónicos porque consideraba que no se trataba de un mercado masivo. Jobs siempre intentaba alcanzar al gran público con sus productos y por ello estaba obsesionado por la sencillez que debía ser inherente a los productos de Apple. El iPad se presentó en 2010 con el mismo sistema operativo que el iPhone sin saber exactamente para qué iba a servir y cuál era su uso principal. Aunque por su tamaño, la lectura de libros y revistas era uno de sus consumos obvios. Pero los libros electrónicos ya existían mucho antes, de hecho, la tinta electrónica venía desarrollándose desde finales de los 80 y principios de los 90. Una tinta electrónica que haría más por la lectura que la pantalla Retina del iPad.

Cuando Amazon decidió abrir su tienda en España, era bastante obvio que algo iba a comenzar a cambiar en el mercado editorial español de forma decidida. La actitud de descrita por Miguel de Unamuno, ¡que inventen ellos!, podría ser trasladada a las editoras que se habían encontrado cómodas hasta ese momento y no habían apostado por innovar dentro del sector editorial español. Sin embargo, con la llegada de los dos gigantes norteamericanos deberían comenzar a despertar y descubrir que el mercado se lo pueden engullir las dos perfectamente. ¿Acaso creían de verdad que los lectores no se atreverían con lo digital? ¿Hasta cuándo la rugosidad y el olor del papel iba a ser una excusa para mantenerse fiel a un formato?

Como he señalado anteriormente, llevo menos de dos semanas leyendo libros electrónicos en mi Kindle. Mi elección se basó fundamentalmente en el precio y el fondo editorial de Amazon (Lo suficientemente basto para considerarlo adecuado y aumentando día a día) y la sencillez a la hora de comprar títulos. Por otro lado, el Kindle tiene un precio tan competitivo que si hay que achacarle algo es que debes esperar unos días para recibirlo en casa. Sin embargo, me parece una idea estupenda la posibilidad de disponer de los libros almacenados en el espacio que Amazon cede a su usuario de forma gratuita (5 gigabytes de almacenamiento) y poder disponer de ellos en cualquier momento y en cualquier soporte gracias a las aplicaciones para ordenador, iOS y Android disponibles.

El Kindle posee seis pulgadas de pantalla de tinta electrónica bajo un fondo gris que se quedan un poco justas en cuanto a su tamaña. Aunque la lectura no es incómoda, en situaciones de poca luz o contraluz, al no disponer de una pantalla retroiluminada la persona debe hacer un esfuerzo para tratar de mejorar la lectura buscando el foco de luz. Obviamente, en estas condiciones, el contraste que ofrece el libro impreso es superior, aunque existen rumores de que Amazon va a lanzar un nuevo Kindle con un fondo blanco. Su sistema operativo es un tanto lento a la hora de realizar operaciones de búsqueda, conectarse a una red Wifi o de navegación a través de la biblioteca. Sin embargo, la lectura, que es lo que realmente interesa al usuario, en estos dispositivos no es incómoda ni desagradable. Los refrescos de las páginas al avanzar o retroceder apenas son perceptibles mientras el ojo se traslada del final de una página al principio de la siguiente. Por otro lado, la inclusión del Diccionario de la RAE de serie y poder utilizarlo mientras se está leyendo le otorga un valor añadido al libro electrónico contra que el libro impreso no puede defenderse.

El libro electrónico sirve para la lectura continuada y lineal. Es perfecto para la lectura de novelas, ensayos, poesía, etc. Obviamente, no es un formato para la lectura o consulta de manuales u obras de referencia. En este caso, el libro impreso puede hacerle frente de momento, aunque no sería descartable que en un futuro la evolución de la tecnología encontrase una solución para estas deficiencias.

Debo decir que aquellos que leen más de un libro a la vez, por ejemplo, una novela y un ensayo, encontrarán al libro electrónico extremadamente interesante, ya que le cambio de un título a otro se realiza en segundos y siempre respetando la última página leída.

Aún leeré en papel. El periódico que no puedo extraerme esa mala costumbre y seguramente algún que otro libro porque los paseos entre estanterías suponen para mí un placer. Pero desde luego que la balanza está ya bastante inclinada. El futuro ya está aquí.

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Incertidumbre

Si los años no empezasen en Enero, seguramente deberían hacerlo en Septiembre. Después de un largo descanso para algunos, de ciudades desiertas e inactividad general provocada por el tórrido verano; recuperamos la realidad más cruda apartada, puede con sabiduría, por la necesidad de oxigenar nuestras ideas. El proverbio chino Te deseo que vivas tiempos interesantes parece dar una vuelta de tuerca en nuestra sociedad interconectada y globalizada, cada paso del camino se hace más rápido que el anterior abocándonos sin remedio a la duda más absoluta.

Se nos ha insistido que el término Crisis no tiene porqué conjugarse como algo negativo, que la definición de Crisis está más entrelazada con el concepto del cambio. Puede que sea un punto de vista necesario tras tantos años de «cambios» que no nos han conducido hacia un horizonte más soleado. En mi caso, siempre me han considerado un pesimista. Desgraciadamente, por mi forma de ser, siempre he sentido la necesidad de comprender cómo funcionan las cosas, es decir, informarme para poder formarme una opinión del asunto a abordar. Un pesimista es un optimista informado, reitero y si se me permite.

En cada conversación, sobre todo lo demás, flota la amargura de la incertidumbre. «Lo peor es la incertidumbre» consideraron en una de esas charlas estivales. No existe un cruce de caminos cercano, un oasis en el mar de arena, una isla que nos salve de la inmensidad del naufragio… O al menos eso parece. Aquello que se nos aseguró como inmutable, cambia en su definición, aquello que parecía seguro parece escurrírsenos entre las manos, aquello que parecía expandirse hacia el futuro se contrae lentamente, ahogándonos. Puede que nos lamentemos por nuestra desgraciada suerte, que tras estos años de Pax Americana nuestra Sociedad se convierta en algo impensable hasta hace poco, el declinar definitivo de Occidente como garante del Estado del Bienestar. Sin embargo, la geopolítica siempre ha evolucionado cambiando los pesos de influencia, desarrollándose conflictos militares y económicos. Nuestros tiempos, los de mayores prosperidad repartida socialmente, parecen fundirse en negro para nuestro desconcierto.

La incertidumbre no tiene porqué estar engarzada con el miedo. Es de hecho el miedo el que nos provoca la zozobra, no la incertidumbre. La incertidumbre invita al cambio, el avance hacia adelante; el miedo por el contrario invita contraerse, plegarse en uno mismo. Y sin duda alguna los dos juntos el caos.

Este año promete ser apasionante informativamente por lo que no deberíamos perderle el ojo. Si Facebook se derrumba definitivamente, ¿dónde quedarán los gurús del social media? Si Apple gana a Samsung, con ya serias dudas del veredicto, ¿dónde quedará la innovación? Si las bibliotecas públicas se desangran, ¿dónde quedará el acceso a la cultura universal? Si la I+D desaparece de las inversiones del Gobierno, ¿dónde quedará el futuro? Estas incertidumbres se irán desvelando en el día a día de un año muy duro, pero a la vez que se presenta apasionante en demasiados frentes. Mucha suerte.

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La dicotomía del grupo PRISA: «El Huffington Post» y «El País», dos productos diferenciados para los nuevos tiempos

No son buenos tiempos para los medios de comunicación. En España, la llegada de la crisis económica los ha situado en serios aprietos económicos debido a que durante los años de bonanza muchos de ellos habían apostado por aventuras multimedia de las que algunos han tenido que desinvertir para sobrevivir. Las noticias de Expedientes de Regulación de Empleo (EREs) en los medios y agencias de comunicación de todo color político y soporte de difusión se suceden mes a mes. Mientras, las perspectivas no mejoran en ningún sentido, indicando las previsiones que se producirá un empeoramiento de la situación de los balances de situación de las empresas editoras al menos hasta que pase el verano.

Sin embargo, a pesar de tratarse de un sector en una reconversión industrial brutal, existen apuestas por la experimentación y los nuevos formatos. Tanto de periodistas muy activos en la Internet española como medios de comunicación que surgen de o bien periodistas afectados por estos EREs o bien de nuevos periodistas recién salidos de las facultades de información tratan de establecerse de forma independiente y con bajas inversiones. Pero también las grandes empresas editoras arriesgan con nuevos formatos, eso sí, extienden cheques y adquieren know-how y marcas. Éste es el caso del grupo PRISA y su El Huffington Post (HuffPo).

El grupo PRISA adquiere a Arianna Huffington no sólo la marca y la plantilla, además del 50% de la sociedad creada para albergar el proyecto empresarial del HuffPo español, si no también su know-how de forma que los periodistas de su versión americana enseñan a sus homólogos españoles cuáles han sido sus casos de éxito.

Desgraciadamente el nacimiento del HuffPo no podría traer sino polémica. Su versión americana nació de la agenda de Arianna Huffington y las redes de contactos que ya tenía establecidos previamente. De esta manera, invitó a personajes populares a abrir su blog dentro de su sitio web, el HuffPo, para posteriormente incorporar a profesionales. El HuffPo americano dispone de una plantilla de 200 personas a los que habría que añadir los miles de colaboradores que no cobran por su trabajo pero que publican sus textos e informaciones dentro del HuffPo y que se sintieron profundamente molestos cuando Arianna vendió su nuevo medio de comunicación a AOL por lo que cobró una buena suma, mientras que sus colaboradores no vieron un dólar.

En el caso español, tras la agitación y propaganda desarrollada por PRISA, para la adquisición de la marca y su puesta en marcha en el ámbito hispano (el HuffPo tiene ediciones en Francia, Gran Bretaña y espera establecerse en breve en Canadá e Italia) del nuevo medio sólo pudo provocar recelos y desconfianzas de un proyecto que bebía de las fuentes de su hermana mayor americana. Una plantilla de ocho periodistas con un buen puñado de colaboradores que no cobrarían por sus trabajos. Algunos consideraron que el HuffPo atacaba a los periodistas y una forma de entender la profesión lo que encendió los ánimos en la Red.

PRISA, editora de uno de los diarios más importantes de España, no quería tirar piedras sobre su propio tejado. El HuffPo era una nueva forma de generar audiencias e información, pero no podía ser competencia directa de El País en cuanto calidad. De hecho, El País dispone de una muy buena red de blogs de expertos y colaboradores. Su primer día en la Red atrajo muchas miradas y también infinidad de críticas empezando por el montaje de la fotografía que abría su portada que algunos consideraron de muy baja calidad. El cineasta Alex de la Iglesia hizo llegar ese malestar que percibía a través de Twitter a Montserrat Domínguez. Muchos profesionales de la comunicación están molestos con este nuevo proyecto que venía a sumarse a un sector enfermo como puntilla. Finalmente, tengo que reseñar aquí las distintas misivas que se entrecruzaron Montserrat Domínguez y el periodista Javier Pérez de Albéniz del medio digital  Cuarto Poder con réplicas y contra réplicas:

Espadas en alto para un sector demasiado vapuleado por demasiados frentes. En cualquier caso, el HuffPo español no sólo tiene que enfrentarse a los recelos de todo un colectivo, si no que hay que tener presente que España como mercado no es Estados Unidos, que el HuffPo nació en 2005 y han pasado siete años desde entonces; y que hacerse un hueco a la sombra de El País va a ser terriblemente complicado aunque se trate de diferenciar productos. Y más teniendo presente el estado de ánimo del sector informativo español, en el que incluso para el Consejero Delegado de PRISA, Juan Luis Cebrián, los medios de comunicación están muertos ya.

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La fotografía documental sin filtros, gracias

A la Fotografía le costó hacerse un hueco entre aquellas disciplinas consideradas como Arte. En sus orígenes, que situaremos para nuestra comodidad a mediados del siglo XIX, la captura de la luz mediante ópticas y químicos no podía hacerle sombra a disciplinas como la pintura de la que heredaba muchos conceptos estéticos en cuanto a perspectivas y composición. El resumen simplista quizá podría consistir en: Cualquier puede realizar una fotografía, casi nadie podría realizar un cuadro.

Sin embargo, la fascinación de la captura de esa realidad inició un trabajo de documentación de la vida en la que se buscaban paisajes, ciudades e incluso personas. Pero ya desde un principio esa realidad capturada podía no ajustarse a los cánones estéticos y había que empujarla con el retoque a pincel de esas imágenes. De hecho, casi como sucede actualmente, el fotógrafo disponía de un artista/retocador que mejoraba las sombras y los fondos a mano alzada. Desde los orígenes de la Fotografía, la captura de la realidad necesitaba ser mejorada en mayor o menor medida.

Por supuesto que las imágenes también podían ser mejoradas en laboratorio. Jugando con los tiempos de exposición y revelado, se podrían aclarar u obscurecer zonas específicas de las imágenes, mejorando el contraste global de las imágenes e incluso dándoles otras tonalidades a las imágenes mediante lo que se denominan virado o virajes.

Mientras tanto, la Fotografía rompía sus costuras horizontalizándose y popularizándose sobre todo con la aparición de la empresa Kodak, apareciendo cámaras más pequeñas, nuevas composiciones químicas y materiales mejorando el proceso hacia su industrialización. Por supuesto que los motivos y las composiciones se hicieron más abstractos en la que los fotógrafos buscaban una forma de expresarse mediante la manipulación de los negativos, de sustancias, etc. Es decir, no era necesario mostrar la realidad tal como era, si no como quería el artista mostrarla.

Ese debate, esa dicotomía fotografía real-manipulada o forzada es una constante hasta nuestros días en la que la digitalización ha horizontalizado aún más si cabe el acceso a la misma. La fotografía digital rompe de nuevo sus costuras con su asunción dentro de los dispositivos que siempre llevamos en nuestro bolsillo (los teléfonos móviles) y los complementos que «mejoran» esas imágenes obtenidas a través de cámaras limitadas: Los famosos filtros que aportan distintos programas de edición fotográfico como, por ejemplo, Instagram.

Llegados a este punto, cabe señalar la Fotografía es una disciplina sufrida, muy dependiente de las modas. Si hasta hace poco el famoso HDR era amado y odiado a partes iguales, otro tanto podría decirse de esos filtros que tratan de enmascarar la toma con colores chillones, contrastes imposibles o saturaciones excesivas. Por supuesto que la popularización de esos filtros no tiene nada de malo hasta que saltan a la fotografía documental y al fotoperiodismo, hasta que National Geographic dijo basta.

Personalmente, me encanta el fotoperiodismo. Esa realidad cruda que nos cuesta tanto aceptar en ocasiones. Tiene un poco de momento decisivo, de compromiso social y de riesgo para la integridad del fotógrafo que pocos serían capaces de asumir. Por supuesto que el fotoperiodista tiene prohibido manipular sus imágenes, salvo para la mejora básica de luces y sombras. El uso de filtros está terminantemente prohibido e, incluso, no pueden enviar sus fotos en blanco y negro a sus medios de comunicación o agencias.

National Geographic no hace fotoperiodismo estricto pero su trabajo de documentación es innegable. Sus argumentos para denostar los filtros y las modas fotográficas (como el HDR) son sencillos pero demoledores: El mundo ya es lo suficientemente bonito para que intentes mejorarlo con el Photoshop, sólo captúralo.

Obviamente, el debate continuará.

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