Pues parece ser que Catuxa va a tener razón y los bibliotecarios, o al menos los que estudiamos biblioteconomía, somos los únicos turistas que se dignan a visitar las principales bibliotecas, o al menos las más curiosas, de los lugares que visitan. Tanto es así que nos sentimos un tanto frustrados si el acceso a ellas se encuentra tan sólo está permitido a los investigadores, con lo que sus gestores obvian que puede haber personas que deseen entrar para comprobar lugares que rezuman historia. Es decir, los profesionales de la información no vemos con los mismos ojos que el resto de la gente ese silencioso e incómodo lugar lleno de libros.
De esta forma, cualquier estudiante de Biblioteconomía o profesional de la información por deformación, si visita Madrid, no dudará en programar un breve lapso de tiempo para pasarse por la Biblioteca Nacional aunque ello le suponga tan sólo quedarse en las escaleras admirando a las estatuas de los ilustres escritores que las adornan.
Nuestra buena amiga Àngels no fue a Madrid, sin embargo no pudo dejar de lado su vena bibliotecaria y me pasa algunas fotos más que curiosas. La primera de ellas viene a demostrar la tesis antes descrita de que los bibliotecarios tienen la profesión por dentro y nos muestra la Biblioteca General de Pamplona.
Por otro lado, dentro de esas pequeñas joyas que nos encontramos de vez en cuando, tuvo la fortuna de fotografiar un santo lector con sus gafas (¿Vitrae Oculus?) incluidas.