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Categoría: Homo Digitalis

Confesiones de un Homo Digitalis

La teoría de la internet muerta, ¿hay algún humano aquí dentro?

En los dos posts anteriores de este blog (12), trazaba los cambios y evoluciones de la Web a lo largo del tiempo. Además, incidía en cómo el contenido generado a través de las herramientas de inteligencia artificial iba a convertirse en un desafío para el medio que se suponía que iba a democratizar el acceso a la información y la comunicación. Sin entrar en el debate de la caza de los clics y de la atención de los usuarios con ofertas imposibles y de noticias impactantes que merecerían un texto a parte, la discusión sobre la Dead Internet theory incide en la pérdida de la creatividad y la diversidad que sufre actualmente la Red debido a la evolución de los últimos años. Además de que nos invita a hacer una reflexión sobre el estado de la Web actual.

La teoría de la internet muerta, que comenzó a plantearse dentro de los foros 4Chan a finales de los 2010, parte de dos premisas principales. La primera, la actividad humana dentro de Internet se ha visto desplazada por bots y algoritmos. Esto es algo que se puede comprobar de forma sencilla y ya ha habido grandes empresas que ofrecen datos sobre ello, ya que casi la mitad del tráfico se genera por máquinas. La segunda parte, más cerca de las teorías de la conspiración aunque podría fundamentarse en el comportamiento de algunas empresas, que todo ese tráfico autogenerado está gestionado por los gobiernos para controlar la información y manipular la opinión pública.

Como señalaba, no hace falta indagar en exceso de dónde viene esa teoría sobre el «control» de los usuarios reales de Internet. Hay estrategias muy bien definidas para generar tracción en internet tanto a nivel de marketing o comercial o político. Por ejemplo, es bien conocido que en las redes sociales se genera mucho contenido basado en textos e imágenes realizados con inteligencia artificial con idea de mover votos en unas elecciones y generar viralización (clics, comentarios, re-publicaciones, likes), pero además ese mensaje se refuerza con bots en forma de usuarios que tratan de aumentar el volumen de impacto para saltarse los algoritmos y aumentar la visibilidad hacia personas reales. En resumen, contenido generado por bots y aupado por bots de forma artificial para que impacte a los usuarios de la red social.

Nos encontraríamos con información falsa que intenta conseguir un hype (fuerte expectación) verdadero. Este comportamiento y la falta de control y mitigación del mismo apunta directamente a las grandes tecnológicas convertidas en guardianas (gatekeepers) del contenido que se consume masivamente en internet. Estas empresas son prisioneras de su propio modelo de negocio basado en la publicidad y que justifican la inversión a sus clientes (anunciantes) por las interacciones en ellas de sus usuarios (contados en cientos de millones).

Por tanto, es un producto que puede llegar a ser considerado perverso. Los algoritmos desplegados por estas empresas generan un producto atractivo en el que se consume masivamente información que puede llegar a generar burbujas virtuales de información de las que es difícil salir y ahí entra la pérdida del acceso a la información contrastada y del debate.

La web abierta, uno de los sueños a los que hacíamos referencia en textos anteriores, se va descomponiendo, a medida que las grandes empresas comienzan a controlar en mayor medida los datos que los usuarios generan y cambian sus términos y condiciones para utilizarlos en la forma que considere. Una evolución a la que es difícil ponerle coto por la gran dispersión de legislaciones e intereses empresariales y que consolida la idea de que la Web como la conocimos desaparece lentamente, convirtiéndose en una Web sintética donde el contenido se genera de forma automática y rápidamente buscando la viralización y el impacto, que muchas ocasiones no puede ser verificado.

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Mombies, esos zombies tecnológicos modernos

El hombre me miró extrañado y confuso, mientras me veía hablar animadamente. No llegó a entender lo que estaba sucediendo, comprobó que llevaba unos auriculares, sí, pero no llegaba a comprender qué sucedía mientras lanzaba palabras hacia nada y hacia nadie. Pasó de largo y no me dijo nada, qué podría decir ante tan sólo una persona con un comportamiento extravagante pero no punible, aunque sí confuso, su confusión. Su extrañeza hubiese quedado en nada si no hubiese tenido tiempo de cruzarse con mi padre y decirle para su sorpresa ese tío está loco, sin conocernos a ninguno de los dos, por supuesto.

Aquel hombre consideraba que estaba hablando solo, lo que le generó su sorpresa. Aunque, como se podrá imaginar, realmente estaba hablando por teléfono móvil y tan sólo estaba usando unos auriculares con micrófono que me permitía hablar sin que el hombre viese que estaba usando un aparato. Visto en perspectiva, me hubiese gustado haberle trasladado desde aquellos años, cuando se estaban popularizando los teléfonos móviles, a un día cualquiera en el metro de cualquier urbe. Es posible que se hubiese sorprendido por el avance tecnológico o simplemente hubiese pensado que una epidemia ha arrasado con la especie humana. Una epidemia que nos tiene enganchados y mirando constantemente a un rectángulo que genera colores.

Me gusta llamarlos, o llamarnos porque yo también lo soy, MOMBIES. Los encontráis fácilmente. Se trata de esas personas con la mirada perdida, que te miran pero no te ven, que aparentemente hablan hacia ninguna parte, generando confusión y desasosiego a sus contrapartes porque no sabes si te están hablando a ti (en ocasiones) o están enfrascados en alguna otra parte. Mombies, construida con las palabras móviles y zombies, que tienes que esquivarlos en los andenes del metro o directamente en las calles porque andan trabajosamente, mientras tratan de contestar WhatsApps (u otra aplicación de mensajería popular) o que están pasando pantallas de vídeos de Instagram o TikTok. También puedes verlos sosteniéndolos de forma perpendicular a sus orejas, escuchando algún mensaje o algún vídeo, con la mirada perdida y en una pose un tanto caricaturesca, aunque no parece importarles demasiado.

Siendo justo, a veces me sorprendo totalmente aislado, leyendo en el Metro el teléfono móvil algún periódico o mi lector de RSS (una de las mayores pérdidas de las redes sociales) enfrascado y con unos auriculares con cancelación de ruido. Me decepciono conmigo mismo porque soy de aquellos que piensa que lo mejor que puedes hacer cuando visitas una ciudad de visita es meterte en el metro o en el tren para conocerla. La vida está en un vagón de metro, me digo, pero también soy consciente de que con un teléfono en la mano, me percato que la vida pasa delante de mí sin que me dé cuenta.

Los zombies son personas muertas resucitados por medios mágicos por un hechicero para convertirlo en su esclavo. Los mombies no están muertos, pero sí que hay un hechicero que los convierte en sus esclavos para arrancarles un hálito de su vida. Puede que sean diez minutos o una hora vital de su vida al día, porque la vida no se encuentra en una pantalla.

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El efecto madriguera en Internet (y en tu móvil)

No es algo infrecuente. Recibes una notificación en el smartphone y sin que te hayas percatado ya ha pasado una hora. Es como un agujero de gusano en el que nos adentramos y no sabemos qué hay en el otro extremo, una cosa nos lleva a la otra sin que nos demos cuenta realmente del tiempo malgastado. No importa mucho qué plataforma utilices, puede tratarse de Twitter, YouTube, WhatsApp, Facebook o Instagram (por citar unas pocas), una vez te adentras en ellas te es casi imposible salir. Tu cerebro parece desconectarse de la verdadera razón del porqué está ahí y de las cosas más urgentes que te quedan por hacer.

Pero no deberías culparte, estas plataformas están diseñadas para ello, para atraparte en un bucle infinito de tal manera que permanezcas el máximo tiempo posible. Quién negaría que se ha pasado una tarde saltando en Netflix de serie en serie, película en película (bendita reproducción automática de contenidos), para finalmente descubrir que no ha acabado ninguna serie ni ninguna película. Dos horas de tu vida en un vacío donde realmente no has alcanzado a ver nada.

Es lo que en el ámbito anglosajón denominan el efecto madriguera (rabbit hole phenomenon) sobre nuestro comportamiento on-line haciendo referencia y como metáfora a Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll, porque Alicia caía en la madriguera hacia un destino incierto y con muchas cosas extrañas que se encontraba en el camino. Es gracias a la cultura de la distracción creada por el ámbito tecnológico actual. No hace tanto tiempo, podíamos pasar una tarde entera leyendo un libro o viendo una película completamente centrados en esas actividades, actualmente no. Es inevitable que nuestro cerebro busque la recompensa inmediata de una notificación o que de repente recuerde que tiene que buscar eso que es tan urgente, pero que podría esperar hasta el día siguiente.

Puede que seamos conscientes de ello o no lo seamos, que nos frustremos por aquella capacidad de concentración que antes teníamos, sin embargo constantemente caemos en ella. Incluso se podría describir las formas en las que caemos en esas madrigueras: iterativa, exhaustiva y asociativa. Parece que desde luego no importa lo que hagas, finalmente vas a caer en una de ellas.

En el caso de la iterativa, comienzas buscando algo (puede tratarse de información pero también de un producto o un servicio) y acabas buscando en distintas fuentes comparando servicios y productos. En la exhaustiva, buscas algo muy concreto y acabas recopilando información ampliando el alcance de esa búsqueda dentro de un ámbito relacionado. Finalmente, en la asociativa, consultas una fuente de información que te lleva a otra y ésta te lleva a otra, dos horas después estás en un punto que lo que estás consultando no tiene nada que ver con la primera cosa que consultabas.

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La batalla entre las notificaciones y nuestra concentración lectora

No, de momento, no nos hemos hecho ni más vagos ni más tontos debido a la presencia cada vez más ubicua de pantallas en nuestras vidas. Aunque sí que es cierto que estamos cambiando nuestra forma de procesar la información. Una vez que sabemos que tenemos una fuente de información inmensa a nuestro alcance puede que nos apoyemos mucho más en la herramienta para no tratar de retener esos datos en nuestra memoria. Aunque en realidad es algo accesorio, no dejamos de retener información porque Google nos eche una mano de vez en cuando. Sólo debemos recordar que antaño fueron los libros y las enciclopedias los que desempeñaron esa función, pero obviamente no hay nada más rápido que teclear unas teclas y darle al Intro para realizar una búsqueda ante cualquier duda que nos surja. A pesar de todo, nunca dejamos de sumar porque existiesen las calculadoras.

La recepción de mensajes, que ojeemos las redes sociales (con su scroll infinito) y leer trozos de noticias de forma diagonal (tratar de localizar la parte de un texto que sea la que realmente nos interesa) lo que provoca es que nuestra capacidad de procesar la información sea más rápida. No debemos olvidar que hoy leemos más que nunca porque tenemos una acceso ilimitado a fuentes de información textual. Leemos fragmentos de comentarios y noticias de otras personas de forma rápida, fragmentada y apresurada. Se trata de nuevos géneros textuales (entrada, tuits, comentarios…), en nuevos entornos comunicativos (foros, redes sociales…) con sus propias características tratándose de textos en generar breves, poco definidos, interactivos y cooperativos. Es cierto que este tipo de comunicación se acerca más a la oralidad que con la tradición escrita que se da en libros o en los medios de comunicación, pero también lo es que cada vez más se está transformando hacia una comunicación más visual y directa.

Lo que realmente se resiente es nuestra capacidad de centrarnos en una tarea frente a otros estímulos externos. Por ejemplo, la mayoría de las páginas web no se visionan durante más de diez segundos y menos de una de cada diez permanece abierta más de dos minutos, por lo tanto cuando navegamos lo hacemos de forma interactiva saltando de un sitio a otro. Son las interrupciones lo que merma nuestra capacidad de concentrarnos y lo que nos distingue de los animales. Así como ellos por supervivencia tienen que estar cambiando de prioridades por los estímulos que reciben de forma externa y de manera continua por propia supervivencia, los seres humanos tenemos la capacidad de priorizar los estímulos externos que recibimos. Por lo tanto lo que está en peligro con esta falta de concentración debido a los distintos estímulos, es nuestra capacidad de focalizarnos en sólo una cosa, analizar el entorno, reflexionar y posponer una respuesta a los cambios de éste.

La lectura profunda no se aprende, se entrena. Desde luego que podemos recuperar la paciencia para leer textos complejos. Obviamente, no nos comportamos del mismo modo si lo que estamos haciendo es leer un texto on-line que otro off-line. Encontramos muchos más estímulos en el primero y sabemos que podemos cambiar de actividad con sólo mover un dedo lo que interfiere en la actividad en que estamos realizando en ese momento.

A lo que nos enfrentamos es a una fase de transición, donde se produce mucha desorientación sobre dónde se consolidará nuestro comportamiento como especie y los efectos no sólo económicos y sociales que está llevando Internet en cómo nos relacionamos con el entorno.

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Tu vida pasa en un scroll infinito

Somos unos yonkis de la información y nos hemos convertido en ello sin darnos cuenta. No, en este caso, no me refiero a la infoxicación, si no más bien a nuestra dependencia a las notificaciones de los teléfonos móviles y el cómo consumimos la información en nuestros dispositivos móviles. Todo podría enmarcarse dentro de lo que se ha denominado la economía de la atención que se basaba en que, puesto que mucho del consumo dentro de una plataforma de los usuarios sería prácticamente gratuito, lo único que sería diferencial -desde un punto de vista publicitario y por tanto de ingresos para estas plataformas- es el tiempo que un usuario pasa consumiendo contenidos en esa web/plataforma.

Hay un ejército de expertos cuya función es hacernos caer en esta misma trampa, por lo que tenemos la batalla perdida de antemano. Una de las formas más sencillas de tratar de captar la atención del usuario es mediante la explotación de la vulnerabilidad de la psicología humana. En este ámbito, la dopamina tiene un papel relevante puesto que es una hormona que segrega nuestro cerebro para recompensarnos. Segregamos dopamina en cuanto recibimos un like o un comentario que recibimos en cualquier red social, puesto que esta hormona es una de las encargadas en recompensarnos cuando estamos satisfechos.

Aza Raskin fue el inventor del scroll infinito, una característica muy práctica dentro de las redes sociales a distintos niveles y que han sabido explotar sobremanera. El scroll infinito permite cargar contenidos de manera secuencial una vez has acabados los previos sin una acción necesaria por parte del usuario. Sin embargo, su aplicación tuvo un efecto nocivo y tal como él mismo declara al cerebro de los usuarios no les da tiempo a ponerse al día con sus impulsos así que sólo puedes seguir haciendo scroll. Obviamente, esto hace que el usuario se encuentre constantemente consumiendo contenidos en un bucle infinito y mientras trata de centrarse en lo que está haciendo, se queda atrapado en las redes sociales.

Por si fuese poco, estas plataformas están diseñadas para que volvamos una y otra vez a las mismas para ver qué ha estado sucediendo dentro de ellas. A esto se le denomina FOMO (miedo a perderse algo, del inglés, fear of missing out) y entran en juego las notificaciones que deliberadamente permitimos que nos alcancen hora tras hora. Sencillamente, somos seres sociales y nos gusta estar conectados de forma permanente con las personas que nos rodean. Para bien o para mal.

Al final, se ha hecho tan bien el trabajo de tenernos enganchados que los propios desarrolladores de sistemas operativos para teléfonos móviles se han preocupado por nuestro bienestar digital. De esta manera, podremos saber para nuestro sonrojo o sorpresa, cuánto tiempo al día destinamos a nuestros terminales y si así lo deseamos apartar nuestra vista de nuestro terminal… Hasta la próxima notificación, claro.

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De los soportes a la multiplataforma y a los monopolios

Hace unos días, escuchando un podcast sobre series, los tertulianos rememoraban con nostalgia sobre aquellos tiempos cuando se compraban packs enteros de temporadas en DVD. Esto me hizo rememorar cuánto tiempo había pasado desde que yo no había comprado una película en DVD (mucho) y cómo ha cambiado el consumo de la cultura en los últimos años. Es curioso como en estas fechas, en las que muchos andamos a la búsqueda de algún regalo, la opción del CD o del DVD hayan caído en el cuasi-olvido (por fortuna el formato libro aguanta estoicamente todavía). Netflix, la plataforma facilitadora de este gran cambio en el consumo audiovisual, no sólo ha cambiado el canal mediante el cual consumimos este tipo de contenidos, sino también el soporte sobre el cual lo hacemos. Me sorprende todavía que en la carrera de las pulgadas en los salones de la casa (de aquellos que dispongan alguno), finalmente acabemos en el metro consumiendo nuestras series preferidas a través de una pantalla de 5 pulgadas.

Respecto a la música, la melonamía ha quedado desbaratada. Ya no es necesaria la acumulación de nuestros discos favoritos. Sólo necesitas un pago mensual y tienes a tu alcance de casi todo lo que se ha distribuido comercialmente en la historia de la música. Spotify también ha establecido cómo debe ser la relación con la música y lo mejor de todo es que a final de año nos puede susurrar qué es lo que hemos escuchado durante el año. En mi caso, al consultar cuáles habían sido mis escuchas durante 2019, me llevé la sorpresa de que sólo había escuchado 150 canciones.

Precisamente, uno de los aspectos sobre lo que más se incide respecto a las plataformas de streaming de música es que nos gusta escuchar la música en modo bucle. Es decir, que realmente la mayoría de nosotros no necesita estar suscrito a una plataforma como Spotify puesto que tendemos a escuchar lo mismo todo el tiempo por lo que la adquisición más que la suscripción tiene más sentido. Podría decirse que en mi caso tienen toda la razón.

Y, ¿los libros? De momento, las ventas aguantan si bien es cierto que el consumo en libros no es comparable a la accesibilidad de la televisión o de la música. El lector de libros es alguien que gusta del soporte y si bien Amazon con sus Kindles ha tratado de romper el ecosistema editorial, el libro tradicional aguanta el envite bastante bien. Es cierto que el libro electrónico aporta nuevas herramientas que el libro tradicional no puede aportar, sin embargo la sorpresa proviene de un soporte que sabe aguantar el envite.

Internet, la movilidad, la miniaturización de los dispositivos y el aumento de sus capacidades ha transformado completamente el ecosistema de distribución de la cultura. En cualquier momento y en cualquier lugar, dispones de acceso a bibliotecas, mediatecas y fonotecas infinitas. Es cierto que la ha hecho mucho más accesible y más ubicua, pero concentrándola en muy pocos actores con el peligro que ello conlleva respecto a los propios requerimientos que podrían establecerse en un futuro respecto al acceso de los mismos. Además, al mismo tiempo, presenta una problemática relevante puesto que este acceso sólo podrá estar al alcance de aquellos que puedan pagarlo (dispositivo, conexión y distribución). Si bien es cierto que el acceso es relativamente barato puesto que las plataformas de distribución tienen como objetivo llegar a un público masivo, existe un peligro de exclusión y de acceso a esa cultura.

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¿Pagar por tener amigos?

En la película Familia de Fernando León de Aranoa, Santiago, el principal personaje de mediana edad, contrata a un elenco de actores para que se hagan pasar por su familia para evitarse el trago celebrar el día de su cumpleaños en la más absoluta soledad. Esta trama de una persona solitaria que parece despertar de un letargo en el que no acepta su aislamiento social podría parecernos chocante o absurda cuanto menos, aunque como suele suceder la ficción planteada por este largometraje siempre puede ser superada por la realidad.

La tendencia Friendship as a service ha sido considerada por la empresa Frogdesign como una de las tendencias de 2016. Así, una persona podría pagar a otra persona que no conoce absolutamente de nada para que sea o se comporte como su amigo para compartir alguna cerveza o café, le acompañe a algún concierto o a la visita a alguna exposición. Este planteamiento no es algo completamente nuevo, ya en 2010 los medios de comunicación se hacían eco de la web Rentafriend, aunque puede llegar a sorprendernos, ya que pagar a alguien para ser nuestro amigo no entraría dentro de la definición de “amistad.” Sin embargo, la utilización de este tipo de servicios parece que no es algo que sea residual ya que en Reino Unido 80.000 personas los utilizan.

Esta tendencia nacida en Japón, parece haber llamado la atención de algunas aplicaciones de mensajería de teléfonos móviles como WeChat. Estas aplicaciones estarían interesadas en el desarrollo de esta idea dentro de sus ecosistemas dando un paso más en la uberización de nuestra estructura socioeconómica.

Desde luego que la amistad puede parecernos algo que es imposible mercantilizar, aunque sí puede serlo la compañía de otra persona a pesar de que sea algo completamente extraño. Un actor puede plantarnos una sonrisa durante unas horas (las que nos podamos permitir claro está), aunque por supuesto que la necesidad de una retroalimentación dentro de ese aspecto de la sociabilización humana es insustituible de momento.

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