La semana pasada ya hice una referencia al escritor Juan José Millás y en ésta me toca hacer otra, pero para aquellos que no les agrade este escritor, aún debo de advertir que debo hacer una tercera más curiosa si cabe que me reservo para la próxima. Pero hoy sólo diré que el estilo narrativo de Millás es muy personal, y tan sólo hay que acercarse a cualquiera de sus novelas para percatarse de ello. Puede que, de entre todas sus novelas editadas, los bibliotecarios encuentren divertida El orden alfabético por sus características. Desde luego que ésta es una novela más que correcta, aunque no voy a hacer aquí lo que hace precisamente Millás en su sección de Taller Literario de los viernes en el programa radiofónico de La Ventana en la Cadena Ser, es decir, criticar los textos de otros.
Hay personas que poseen libros, tienen las estanterías de su casa repletas de ellos, pero o no han leído ninguno o bien tan sólo unos pocos. Las hay que los adquieren intentando buscar las combinación perfecta en cuanto colores y tamaños para que den cierto estilo a la vivienda en su conjunto, obviando los contenidos, buscando el continente. Otros simplemente, poseen libros de cartón piedra, que son tan sólo eso, pero Juan José Millás escribe para los primeros, recordándoles que los libros también vienen emparejados con otros huéspedes. Pero dejemos la genialidad para los que realmente la poseen…
Las promociones de libros llevadas a cabo durante los últimos años por la prensa diaria han tenido un efecto negativo, porque la gente se ha dado cuenta de lo que ocupa el papel impreso. No es lo mismo fantasear con la idea de tener una biblioteca que tenerla, sobre todo si está compuesta de enciclopedias, que abultan mucho. Los periódicos se han puesto a regalar libros, o a venderlos a bajo precio, justo en el momento en el que el metro cuadrado se ponía por las nubes. Si usted mete, pongamos por caso, mil libros en una casa de cuarenta metros, usted tiene que dormir en la terraza. De manera que con esas promociones hemos matado la gallina de los huevos de oro. Personas que hace dos o tres años soñaban con tener una colección de novela contemporánea, ahora sueñan con el modo de deshacerse de ella. No sienten que haya entrado en su casa la cultura, sino la peste. Y algo de razón llevan, pues los libros tienen una habilidad especial para acumular polvo y para criar lepismas. Ya sé que es una crueldad, pero no me resisto a transcribir para ustedes la definición que de lepisma da el Casares: «Insecto tisanuro de unos nueve milímetros de largo, cuerpo cilíndrico y pies cortos con dos artejos». ¿Da asco o no da asco? Creía usted que estaba haciendo una colección de literatura y se estaba metiendo un zoológico en casa. De tisanuro, por cierto, afirma el Casares: «Dícese de los insectos que carecen de alas y tienen varios apéndices en el extremo del abdomen». Si no quieres café, toma dos tazas.
Vamos viendo, pues, que la cultura produce unos efectos secundarios, que son las lepismas. El precio de tener a Cervantes en el salón es el de convivir con una colonia de insectos tisanuros. Pero la lepisma tiene, frente a las moscas, una virtud, y es que jamás sale de la novela en la que nace. En cierto modo, es como un personaje más de ella, un secundario. No hay volumen de Madame Bovary que se precie que no tenga una lepisma. Ahora bien, si los libros traen estos regalos, que no vendrá dentro de un cruasán. Pues hay un periódico que, en vez de libros, regala cruasanes, lo que podría terminar con la industria de la bollería.
Buen texto, no lo conocía. Y lo del polvo es cierto, mi biblioteca da fe de ello. Lepismas, menos, pero alguno hemos visto: ahora bien, prefiero llamarle pececillo de plata y disfrutar de la tonalidad de su coraza antes de echarlos del libro en cuestión, no vayan a comérselo. 😉
Sobre la mala calidad de alguna ediciones coleccionables, mejor no hablar.
Bueno, pues mi casa estaba llena de ellas y de un tamaño considerable… Creo que debería empezar a considerar el hecho de comprarme un insecticida…
El caso es que estos bichejos creo tienen hábitos nocturnos con lo que es más fácil verlos de noche, sino la gente no entraría en las bibliotecas no desinsectadas.
😉
😀 jejejejeje muy bueno 😀
Mmm a mi me picó un lepisma este año… eso me pasa por colocar libros si es que a qué bibliotecaria en su sano juicio se le ocurre colocar un libro en una estantería con tanto polvo que mataría a cualquiera!!!! 😛
En serio, un sustillo mi primer encontronazo con estos bichitos 😀
Wow, la primera noticia que tengo de lepismas asesinos. ¿Quién dijo que la profesión de bibliotecari@ no era peligrosa?
Increíble!
:-O
¿Y no habéis oído hablar de las hojas cortadoras?
Otro gran enemigo de los bibliotecarios, que al juntarse con el polvo acumulado en los libros puede causar una gran infección.
¡Estamos ante una profesión de algo riesgo!
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