Hace mucho tiempo ya que dejé de ser una parte activa de la biblioblogosfera, y aún diría más, que dejé de ser una parte pasiva. Por circunstancias personales, por trabajo, por tiempo, por pereza… por aburrimiento.
Dejé de leer blogs de documentación y bibliotecas, mientras algunos desaparecían y otros surgían sin percatarme; dejé de leer artículos profesionales, incluso dejé de imprimir o archivar “futuribles” lecturas interesantes; por la imposibilidad de asistir a eventos profesionales fuera de Valencia y su casi inexistencia por estos lares, me fue fácil desvincularme de jornadas y encuentros (auque aún me he acercado a alguno). En definitiva, después de estos dos o tres años pensaba que estaba totalmente fuera de los temas y las inquietudes de mi profesión.
Hoy, se ha dado la circunstancia de desarrollarse en Valencia una jornada denominada “Salud 2.0: Nuevas herramientas aplicadas a la medicina”. Y, aprovechando que tenía la excusa laboral perfecta para asistir, como documentalista en una institución de investigación biomédica, y picada por el gusanillo de la temática Web 2.0 que hace tanto tiempo dejé de lado, allí que he ido.
Mi gran sorpresa ha sido ver que todo era igual a lo que yo había conocido hace unos años en relación a las bibliotecas, pero ahora con temática médica: el miedo de los profesionales a perder su posición “paternalista” tradicional en la relación médico-paciente, porque los pacientes se informan por otras fuentes (todo el mundo busca en Google, también sobre salud, y un paciente puede acceder al último artículo publicado sobre su enfermedad tan rápido como su médico); la crítica a la falta de “fiabilidad” de la información vertida en la Red si no hay un médico o institución detrás (cuando está comprobado que el porcentaje de errores es mínimo ya que la llamada “inteligencia colectiva” corrige errores tan pronto como los detecta); la reticencia, a cualquier cambio tecnológico, a cualquier estrategia de comunicación alternativa y, en definitiva, a establecer una comunicación recíproca con sus pacientes, en los que estos pudieran participar activamente aportando información tanto como recibiéndola.
Trasladado al mundo bibliotecario: cuánto se ha hablado (y temido) del cambio de rol del bibliotecario, que pasó de ser el guardián de la información a un ¿simple? intermediario y facilitador de ésta; cuánto se ha discutido y censurado la posibilidad de que el usuario participara en la indización del catálogo bibliotecario mediante etiquetas, comentarios o recomendaciones, porque la “sagrada” clasificación bibliotecaria se veía comprometida; y, decidme, cuántas herramientas de comunicación real entre los usuarios y su biblioteca se han establecido. Mejor no respondáis a esta última pregunta.
En este evento en el que se han dado ejemplos de proyectos de Salud 2.0, me he dado cuenta de que nada ha cambiado en este tiempo, que no hay tantas diferencias. Que al igual que en las Bibliotecas 2.0 y en la Salud 2.0 trabajamos con las mismas herramientas, también nos enfrentamos a las mismas reticencias de los profesionales y las instituciones.
Y, teniendo en cuenta que, los internautas que se desenvuelven en la Web 2.0, que están en redes sociales, escriben y siguen blogs, y comentan en foros, son los mismos usuarios que buscan una participación más activa en nuestras bibliotecas, y los pacientes que esperan otro tipo de comunicación con sus médicos; como profesionales, bibliotecarios o médicos, no podemos permitir que también nuestros mismos miedos nos detengan y no adaptemos nuestro papel y nuestros servicios a las necesidades del ciudadano del siglo XXI.
No tengo tan claro ni de lejos que la «inteligencia colectiva» corriga los errores enseguida, más bien al contrario. ¿Cuántas páginas hay en las que se leen verdaderas barbaridades, sólo porque se ajustan a un prejuicio comúnmente aceptado, y contra el que no hay razonamiento que valga? Otra cosa es que nos empeñemos en esconder los errores debajo de la alfombra, pero el hecho es que están ahí.
La web 2.0 y las redes sociales son una realidad que está ahí, y no tiene sentido que nos encerremos en nuestro caparazón. Pero asumir la realidad no significar ponerse a la cabeza, con la bandera de que la «inteligencia colectiva» es maravillosa. Prefiero un experto a mil profanos, por mucho que trabajen juntos, pero bueno, si resulta que los usuarios tienden a informarse por fuentes no fiables, esto es lo que hay, y tenemos que pensar cuál es nuestro papel conforme a esa realidad.
No pretendía decir que la «inteligencia colectiva» fuera maravillosa, ni que fuera infalible.
Yo también considero mucho más valiosa y fiable la información proveniente de una fuente profesional contrastada que la del colectivo anónimo de la web. Pero igual que se demostró que la wikipedia no tenía muchos más errores ni más graves que los que se encontraban en la Enciclopedia Británica, también se ha podido comprobar en estudios científicos (y perdón que no nombre la referencia, pero se habló del estudio en la presentación de ayer) que en foros de asociaciones de pacientes, los errores eran mínimos y eran detectados y corregidos en pocas horas. No podemos dejar de lado la existencia de foros en los que los contertulios aportan información veraz, al igual que no podemos creernos todo lo que los estudios cienfíficos publican cuando están pagados por una industria que los soporta.
La conclusión que quería aportar en mi reflexión es que la forma en que los ciudadanos se enfrentan a su necesidad de información es distinta, quieren compartir su experiencia y conocimentos además, y eso no tiene por que ser malo, ni erroneo, sólo porque sea una experiencia personal y no profesional.