La leyenda urbana según la cual el Documento Nacional de Identidad (DNI) señala cuántas personas se llaman exactamente de la misma manera que su propietario podría señalarnos esa necesidad que tenemos de encontrarnos con nuestras antítesis, en la comparación de otros “yoes” en un tour de force en el que el otro sería mejor o peor que nosotros mismos. Tenemos la necesidad de compararnos, para acabar mejor o peor parados, aunque por supuesto y simplemente por esa necesidad innata de comunicarnos.
Ya conté mi experiencia y mi sorpresa con mi “hermano “, Miguel Ros Martín, que curiosamente se puso en contacto conmigo y que descubro con alegría a la hora de redactar este texto que se encuentra trabajando en Tuenti. También me he cruzado con algunos “Marcos Ros” en mi vida (a uno de ellos incluso le adjudicaron una publicación mía) ya se trate de forma virtual como real y siempre he sentido cierta simpatía hacia ellos. Desde el concejal que lucha conmigo por posicionarse en Google hasta aquel que su vida social se cruza conmigo en Twitter o en Facebook, todos ellos son completamente desconocidos para mí, aunque tal vez en algún futuro no lo lleguen a ser tanto.
Miguel Ros contactó conmigo, pero no fue el único “Ros” que lo hizo. Hace ya un tiempo, recibí una carta bastante simpática de un emigrado que aseveraba que “Ros” éramos pocos. ¡Ojalá fuésemos los menos! El último contacto con un “familiar” se produjo hace unos meses y además de casi describirme su genealogía – No llegué a ninguna conclusión con ello -, reclamó para sí algunas características del trabajo y personalidad de los “Ros”.
Más allá de estas simpáticas anécdotas de las que obviamente hice partícipes a mi familia, con cierta sorpresa para alguno de ellos, me llevan a reflexionar la horizontalización que produce Internet, o Google como deseeis, en nuestra sociedad. Ya no existen barreras, cualquier persona podría reencontrarse con su familia tirando un poco del hilo que Arachné tejió lentamente para él. Sólo hay que rascar un poquito.