Aún me recuerdo como un joven barbilampiño, una noche justo antes de cenar, temblando de inseguridad cuando rellenaba un formulario web sus datos de contacto y bancarios. ¿Funcionará? ¿Quién se tragará esa información? ¿Me podré conectar? Eran tiempos en los que a Internet accedía mediante un módem telefónico V.90. (Transmisión a 56’6 kbps de descarga y hasta 33.600 bps de subida), pero, en aquel momento, estaba realizando un paso importante, dándome de alta en Terra y su tarifa plana. El acceso a la Red dejaba de ser parte de elitistas y se democratizaba, más o menos, en España.
Buena parte de mis compañeros de generación conocimos Internet en pequeños lapsos entre clase y clase en la universidad. Entonces, tener una cuenta de correo electrónico universitaria era casi una odisea, esperando en las largas colas que se formaban para acceder a las aulas de informática, a aquello que se abría como un mundo de posibilidades en la comunicación.
La Tarifa Plana no era una tarifa plana (no os engañéis) porque sólo podías conectarte de 18h a 8h, así que en los tiempos del apogeo de Napster, debías sincronizarte con el ordenador puesto que 3 megabytes no se descargaban rápidamente. En la evolución de la conectividad a Internet, pronto podrías conectarte a través de cualquier línea telefónica, es decir, desde cualquier ordenador con un módem a su lado, lo que te permitía cierta «movilidad» intelectual, no de equipos. En aquellos tiempos, los portátiles eran un objeto casi de lujo y muchos nos dábamos por satisfechos con gastarnos los casi 900€ en un ordenador de sobremesa.
La Tarifa Plana capada se convertiría a lo largo del tiempo en una de verdad, mientras que el ADSL comenzaba a cobrar protagonismo. Los internautas esperaban con avidez que otras compañías de comunicaciones comenzasen a tender sus redes de fibra óptica levantando calles y ofreciendo una alternativa a aquellos desgastados por el monopolio de Telefónica.
El debate sobre el futuro de las comunicaciones se centraba en la derrota del cobre sobre la fibra óptica, aunque el paso del tiempo y las mejoras tecnológicas han demostrado que las añejas redes telefónicas podían aguantar el envite de los tubitos de colores. Ha sido a posteriori cuando me he percatado de que mis profesores universitarios no andaban desencaminados cuando aseguraban que «el cobre vivirá».
A mi casa no llegaron los obreros que se encargaban de levantar las calles para instalar los nuevos tendidos telefónicos, así que me tuve que conformar con el ADSL de Terra al principio, de Telefónica después. Obviamente, esta tarifa plana ya no podía moverse, pero fue compensado puesto que el cambio de una tecnología a otra fue espectacular. Eso sí, con unos paupérrimos todavía 256 kbps de bajada, pero con la ventaja de que no se colgaba, el servicio era bastante estable y entonces todo parecía ir a velocidad sideral. Posteriormente, la velocidad fue duplicándose lentamente, siempre con el beneplácito de la CNMT (Comisión Nacional del Mercado de las Telecomunicaciones) que en sus intentos de gestionar la libre competencia debía de dar permiso a Telefónica para que sus competidores pudiesen adecuar sus ofertas a la nueva velocidad de la operadora.
Así que pasamos de 256kbps a 1Mb/s tras unos cuantos meses, sintiéndonos un poco estafados porque para tener conexión a Internet, debías pagar una suerte de impuesto revolucionario del teléfono fijo que cada vez más caía en desuso por otra de las tecnologías que entraron en nuestras vidas (El teléfono móvil). Actualmente disponemos del ADSL libre sin línea telefónica, esta vez por una imposición de la CNMT a Telefónica, pero ONO llegó a mi puerta y di el cambiazo por 3Mb/s, sin ser consciente de que si algo funciona es mejor no cambiarlo.
Pero con varios ordenadores ya en casa, Internet entró en nuestras vidas y ya no es posible entender un computador sin esa ventana al mundo. Se trataría un huérfano sin sentido ni interés para nadie. Y aunque esa conexión estática permanece, actualmente he dado una vuelta de tuerca y me conecto de otra manera.
Vodafone me ofreció la posibilidad de conectarme a la Red mediante un módem USB 3G y ante las dudas iniciales (hay que comprobar la cobertura), me lancé a la aventura no sin antes analizar foros y blogs sin grandes resultados sobre su estabilidad o velocidad. Pero, de momento, sin realizar un uso excesivamente intensivo, aguanto medio convencido de que el cable ni el cobre son imprescindibles, y sin poder creer que vuelva a estar enchufado para conectarme a la otra parte del mundo, en este caso, virtual.
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