El Código Da Vinci lo leí, jugada del Destino, en inglés y tras descubrir la aparición de una bibliotecaria en su trama, tuve que buscar rápidamente un ejemplar en castellano. Afortunadamente, Susana C. fue muy amable al prestarme el libro para que hoy pudiese transcribir el texto, por ello, gracias.
En inglés o en castellano, mi impresión no cambia en exceso, sigue siendo un libro bastante deficiente y decepcionante en su desenlace. Como sabréis se está preparando una película, cuyo estreno se espera en mayo de este año, en la que aparecen Tom Hanks y Audrey Toutou encarnando a los principales protagonistas de la novela. Creo que en la película no aparece nuestra bibliotecaria y heroína particular, Pamela Gettum, así que rindamos nuestro particular homenaje a esta profesional de la información que facilitó la búsqueda del Santo Grial en la ficción. Debo de señalar que sólo recojo parte de un capítulo, pero que Gettum aparece en uno más aportando la pista final.
La acción se sitúa en la actualidad. El historiador Robert Langdom y la criptóloga Sophie Neveu tratan de descifrar la clave de un poema que les conducirá hasta la próxima pista en su búsqueda del Santo Grial. Para ello, acuden a la biblioteca de una institución que sirve como campo base a los historiadores en sus investigaciones de tan magnífico orbe…
El King’s College […] no cuenta sólo con 150 años de experiencia en la enseñanza y la investigación; el establecimiento […] del Instituto de Investigación de Teología Sistemática, supuso la creación de una de las bibliotecas especializadas más completas y electrónicamente avanzadas del mundo. […]
En el extremo más alejado de la sala, había una bibliotecaria que se estaba sirviendo té y preparándose para iniciar su jornada de trabajo.
– Hermosa mañana – dijo alegremente, dejando el té y acercándose a ellos -. ¿Puedo ayudarles en algo?
– Bueno, sí – respondió Langdom -. Me llamo… [Robert Langdom] […]
– Yo soy Pamela Gettum – dijo ella extendiéndole la mano. Tenía una expresión inteligente y cara de erudita, y hablaba en un tono agradable. De una cadena le colgaban unas gafas de pasta gruesa.
– […] Si no es mucho inconveniente, nos iría muy bien contar con su ayuda para obtener cierta información. […]
La bibliotecaria echó un vistazo a la sala desierta y les guiñó un ojo.
– La excusa de que estoy muy ocupada no sería muy creíble, ¿verdad? Con tal de que firmen en el libro de registro, no veo que pueda haber ningún inconveniente. ¿Qué es lo que necesitan encontrar?
– Estamos intentando localizar una tumba aquí en Londres. […]
– Es la tumba de un caballero. El nombre no lo tenemos. […]
Se sacó un trozo de papel del bolsillo en el que había anotado los primeros versos del poema […] Langdom y Sophie habían decidido mostrarle sólo el principio, los versos que identificaban al caballero […] La precaución era seguramente excesiva; incluso en el caso de que la bibliotecaria viera todo el poema, identificara la tumba del caballero y supiera qué esfera era la que faltaba, la información no le serviría de nada si no tenía el criptex en su poder. […]
– ¿Le suena de algo? – le preguntó Langdom. […]
– De entrada, no. Pero vamos a ver qué encontramos en la base de datos.
Durante las dos últimas décadas, el Instituto de Investigación de Teología Sistemática del King’s Collage había recurrido a sistemas informáticos de reconocimiento óptico de caracteres y a programas de trascripción lingüística para digitalizar y catalogar una enorme colección de textos, enciclopedias de religión, biografías religiosos, escritores sagrados en diversidad de lenguas, historias, cartas del Vaticano, diarios de miembros del clero, cualquier cosa que tuviera alguna relación con la espiritualidad humana. Como en la actualidad aquella ingente cantidad de documentación estaba en forma de bits y bytes, y no de páginas físicas, los datos eran mucho más accesibles.
La bibliotecaria se acomodó frente a un ordenador, le echó un vistazo al trozo de papel y empezó a teclear.
– Para empezar, un poquito de álgebra de Boole combinada con algunas palabras clave a ver qué pasa. […]
Le dio a la tecla de búsqueda y casi le pareció notar el zumbido del enorme procesador de datos del piso de abajo a que tenía una capacidad de búsqueda de 500 MB por segundo.
– Le estoy pidiendo al sistema que nos muestre todos los documentos en cuyos textos aparezcan estas tres palabras clave. Nos dará muchas más entradas de las que necesitamos, pero para empezar nos será útil. […]
La bibliotecaria echó un rápido vistazo al número de resultados que aparecía en la parte inferior de la pantalla. El procesador calculaba el número de datos encontrados hasta el momento y los multiplicaba por el porcentaje de los que a la base de datos aún le quedaba por encontrar, ofreciendo una cifra aproximada de toda la información disponible. […]
Gettum sonrió para sus adentros. “Pues sí, es el Grial, no hay duda”, pensó al ver las referencias a la rosa y al vientre fecundado.
– Yo puedo ayudarles – les dijo alzando la vista del papel – ¿Puedo preguntar de dónde procede este poema? ¿Y por qué van en busca del orbe? […]
– Muy bien – dijo Gettum volviendo a teclear algo – . Acepto el juego. Si la búsqueda tiene que ver con el Grial, debemos introducir las palabras clave relacionadas. Añadiré un parámetro de proximidad y eliminaré la ponderación de títulos. Así limitaremos los resultados a los textos que tengan que ver con el Grial. […]
– ¿Cuánto puede tardar? – Le preguntó Sophie.
– ¿Varios cientos de terabytes con campos de referencia cruzados? – Los ojos de Gettum brillaron cuando le dio al intro -. Sólo quince minutos.
Langdom y Sophie no dijeron nada, pero Gettum se dio cuenta de que aquello les parecía una eternidad.
De BROWN, Dan. El código Da Vinci. Barcelona: Umbriel, 2004. pp 464 – 470
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