Recientemente ya hablamos del Necronomicón como uno de los libros más famosos que han sido inventados, literalmente, por un autor y que los bibliotecarios juguetones no pudieron evitar trasladar a sus catálogos. Pero siguiendo lo publicado por la revista Muy Interesante, hoy deseo trasladaros a las verdaderas bibliotecas invisibles, que es el término aceptado en castellano, aunque yo prefiera el término de fantasma puesto que no existen realmente.
Tal como señaló Vanesa, Javier ya nos hizo una pequeña introducción de qué eran exactamente las bibliotecas invisibles y nos ofreció un enlace en el que se recogían libros inventados por los escritores, además de algunos artículos muy interesantes en torno al tema (Invisible Library). La definición que nos aportaba era:
La biblioteca invisible es una colección de libros que sólo aparecen en otros libros. En el catálogo de la biblioteca encontrareis libros imaginarios, pseudobiblias […] y todo tipo de libros no escritos, no leídos, no publicados y no encontrados.
Como sabréis, los profesionales de la información consideramos, y es una de nuestras premisas, que si algo no puede ser encontrado no existe, lo que deberíamos trasladar indudablemente a estos materiales. En estas bibliotecas invisibles, abundan las obras citadas en textos famosos o por autores de cierto prestigio que se consideran perdidas, abandonadas por la dejadez de los copistas, destruidas o simplemente no han sido escritas.
El Necronomicón podría parecer un juego del siglo XIX para desarrollar todo un mundo fantástico del que nacerían los Mitos de Cthulhu, sin embargo no son pocos los libros y los autores que utilizan estos recursos estilísticos para construir sus novelas. Con el caso citado de Lovecraft, también añadimos entonces a Umberto Eco y su El Nombre de la Rosa o el Péndulo de Focault, pero podemos añadir más como Jorge Luis Borges y El Aleph o Arturo Pérez-Reverte con La Novena Puerta. Aunque en este caso, tan sólo se trataría de libros dentro de otros libros.
Podría parecer que el juego de inventar un libro es algo sencillo siempre enmarcado dentro de una novela. La cita falsa podría considerarse como algo identificable y aunque muchos de sus lectores se apresuren a solicitar aquellos libros imaginarios a sus libreros, no pasa de lo anecdótico. Sin embargo, estos juegos inventivos se han ido sucediendo durante muchos siglos se han prodigado catálogos enteros de bibliotecas fantasma por distintas razones. Puede que uno de los más curiosos sea el desarrollado por el poeta inglés John Donne que escribió y difundió de una forma satírica el Catalogus Librorum aulicorum incomparabilium et non vendibilium o, simplemente, la biblioteca de Courtier que consistía en 34 libros completamente inexistentes. Como ejemplo, citaremos tan sólo a dos de los ejemplares que contenía este peculiar catálogo, así tenemos el Judaeo-Christian Pythagoras, proving the numbers 99 and 66 to be identical if you hold the leaf upside down (Pitágoras judeocristiano prueba que los números 99 y 66 son idénticos si se da la vuelta a la hoja) de John Picuso o On removing the particle ‘not’ from the Ten Commandments and attaching it to the Apostles’ Creed (Quitando la partícula no de los Diez Mandamientos y uniéndola al Santo Credo de los Apóstoles) de San Buenaventura. Aunque parezca increíble, y a pesar de la excentricidad de los títulos del catálogo primero y de los libros después, el catálogo de Donne fue acogido con cierto entusiasmo por los eruditos de la época.
Una de las lecturas que se pueden recomendar al interesado en estos temas es el Imaginary Books and Phantom Libriaries de Walter Hart Blumenthal que establece tres tipos de libros irreales: Las falsificaciones, las estanterías decorativas con lomos de libros auténticos y los libros imaginarios. Además, señala como uno de los primeros libros imaginarios aparece en la primera edición de Gargantúa y Pantagruel de François Rabelais en 1533. En este texto, el autor sitúa en París la Biblioteca de San Víctor y entre sus libros el Modo Cacandi de Tartaretus o el Ars Honeste Petandi in Societate de Maitre Hardouin de Graetz (Títulos cuya traducción castellana puede ser fácilmente deducible).
Pero si en un principio, los catálogos imaginarios habían consistido en su mayor parte en sátiras y ataques con carácter político, social o filosófico, lentamente se convirtieron en trampas creadas por y para bibliófilos. El mayor ejemplo del siglo XIX es el de la venta del catálogo de Fortsas que describe Edwin H. Carpenter Jr.en su Some Libraries we have not visited. En este texto, Carpenter nos relata cómo durante el verano de 1840, la mayoría de los principales coleccionistas de libros de toda Europa recibieron a través del correo un catálogo de una pequeña pero más que interesante biblioteca de un coleccionista excéntrico, el último conde de Fortsas que vivía en Binche, una pequeña ciudad de Bélgica. Tan sólo se listaban 52 títulos pero cada uno era único, ya que el conde no quería dentro de su colección libros que ya poseyesen otros o que hubiesen sido ya descritos en bibliografías. Las pujas se recibían mediante correo en la oficina del impresor del catálogo, que se había ofrecidopara llevar a cabo las comisiones, y el día de la venta en el que los amantes de los libros se dirigieron hacia Binche desde toda Europa Occidental, algunos de ellos furtivamente. Por ejemplo, el director de la Biblioteca Nacional belga que se había reservado una cantidad especial de dinero para pujar en la venta que iba a tener lugar en la oficina de un notario.
Pero no hubo notario, ni venta, ni biblioteca, ni último conde; todo era falso como algunos de los bibliófilos ya adivinaron. El perpetrador de esta broma cruel para los amantes de los libros fue Renier-Hubert-Ghislain Chalán y la anécdota que actualmente trasciende de aquel hecho consiste en que aquellos 132 catálogos ficticios se convirtieron en objetos de colección con varias ediciones y reimpresiones.
Pero no sólo es cuestión de libros, bibliotecas y catálogos la falseación de datos. Las enciclopedias, diccionarios y bibliografías también han sufrido de la imaginación de aquellos que las redactaron. De esta forma, nace el término Nihilartikel que es una entrada ficticia incluida dentro de una de estas obras referencias. El término proviene del alemán que combina «nihil» del latín que significa nada y «Artikel» del alemán que es artículo.
Una de las obras más famosas por contener un número importante de nihilartikels es la Cyclopedia of American Biography. Se trata de una obra de seis volúmenes con pequeñas reseñas biográficas que fue publicada entre 1887 y 1889 y se consideró como una de las obras más importantes editadas en Norteamérica hasta la fecha. Reeditada en 1968, se ha demostrado que tiene un número importante de entradas (se cree que unas 200 o más) que son pura ficción. La mayoría consisten en falsas biografías que describen la vida de científicos nacidos antes del siglo XIX que viajaron a lo largo del Nuevo Mundo para estudiar su historia natural.
Como podréis comprobar, lo que podría pasar de lo anecdótico se convierte en algo que se ha realizado profusamente durante muchos siglos. Pero más allá de condenar estas actuaciones, estamos realmente encantados con ellas.
Interesante lo de las bibliotecas invisibles. Comentarte que en el cómic The Sandman, en el mundo de los sueños existe una biblioteca ocupada por libros que han soñado desde famosos autores hasta gente corriente. Esta biblioteca seria de las obras nunca creadas y soñadas por todos
Bueno, una nueva categoría de biblioteca invisible. Creo que ese tipo se lo dejaré a Yavannna que es la experta…
y quien confia de unos articulos que estan en una pagina web q trata de bibliotecas invisibles?
q no lo seran ellos tambien? falsos quiero decir…
Ummm, Jon va a tener razón. Después de todo ¿qué es más invisible que Internet?
Bueno, puede parecer que todo esto sea mentira, sobre todo por los títulos de los libros. Pero es cierto que sí que hay libros que tratan sobre esto, la referencia: Historia Universal de la Destrucción de Libros.
saludos… muy buen post!
Bueno, yo misma he tenido que atender una consulta en la Biblioteca del Sistema de Bibliotecas e Información, en 1988, en que preguntaban si podían leer el Necronomicon, si lo teníamos en la colección. Porque ese libro, citado en el Color que Cayó del Cielo, de Lovecraft, dice que el Necronomicon está en 3 lugares: en la Universidad de Miskatonic, en la Library of Congress y en la Biblioteca de la UBA.