Hubo una época en que fichaba todos los libros que entraban en casa hasta que un día, en plena catalogación de uno de Kafka, mientras recorría con el dedo las páginas de cortesía en busca del nombre del traductor, tuve el sentimiento de que estaba haciéndole a la novela uno de esos reconocimientos físicos que se les hace a los presos antes de meterlos en la celda. Me quedé espantado, así que dejé la ficha a medias y abandoné el libro en cualquier parte, aunque nunca tuve dificultad para encontrarlo. Llegaba a mi habitación, olía un poco el aire y el afecto me conducía a él con la misma eficacia que el orden alfabético. Desde entonces, he intentado ordenar mi biblioteca, y quizás mi vida, de algún modo que no exija la confección de una ficha policial, pero he fracasado sucesivamente.
Veamos: intenté hacer una clasificación temática, dividiendo la librería en grandes áreas: novela, ensayo, poesía… Hasta aquí la cosa es fácil; lo malo es cuando intentas clasificar a su vez cada uno de estos géneros y te pones a separa la novela histórica de la psicológica y esta de la policíaca; o el ensayo científico del literario, e incluso la poesía buena de la mala. Me di cuenta entonces de que me gustaban sobre todo los libros fronterizos, de manera que la línea divisoria entre unos y otros géneros era más ancha que los géneros en sí y la confusión de mi biblioteca y de mi vida volvería a ser la de antes. Me enseñaron entonces un programa de ordenador en el que, una vez introducidos los datos, encontrabas el libro dándole a cuatro teclas. Funcionaba bien, pero lo deseché porque cada vez que le pedía al programa un libro tenía de nuevo la impresión de ir a visitar a un preso.
Finalmente, los fui dejando donde me daba la gana, como había hecho antes de que tuviera aquel ataque de profesionalización. Pese a ello, los encuentro con facilidad, igual que la novela ya citada de Kafka. Alguno, es cierto, se me resiste o se pierde, pero no porque esté mal colocado, sino porque no me interesa. De manera que las fichas sirven, fundamentalmente, para encontrar lo que uno no quiere, lo que, bien mirado, resulta completamente absurdo. Y para poner orden, lo que resulta peligroso.
Extraído de: MILLÁS, Juan José. Cuerpo y prótesis. Madrid: Suma de letras, 2001. Pág 285 – 286
Ver también:
pero no estabais de vacaciones?
Bibliotecario = carcelario. Curioso símil sin duda. Un tanto atrevido, pero
Mmm justo ahora que me he descargado un programita para clasificar mi biblioteca particular… vaya hombre!! esto me hace replantearme el dejarlos tal y como están (que yo los encuentro conste, es más que nada para saber a quién se los presto)
No se donde lei…lo he estado buscando pero no lo encuentro que un bibliotecario es igual que un carcelero, porque sabe donde está cada «preso» y ninguno de ellos puede salir sin su permiso…o algo así en tono despectivo. Millas lo dice más cariñosamente
1. ¿Vacaciones? Puede que en octubre, pero mientras tanto…
😛
2. ¿Bibliotecarios carceleros? De esos ya existen y encima les aprueban un plan. Nada, nada que a Millás no le gusta el oficio.
Buenisima reflexión, pero que sería del conocimiento sin el establecimiento de algún tipo de clasificación de éste?.
En micaso, hubo un tiempo en que también registraba cada libro que aparecía por casa, más que nada porque en una casa con 4 lectores es fácul encontrarse con ejemplares duplicados, pero con el tiempo, y tras un descalabro en la base de datos que contenía el registro, abandoné la práctica.
La biblioteca de mi casa está tan solo dividida en 5 grandes áreas: jardinería / arquitectura / historia y arte / naútica y vela / novela
A partír de esos temas, los libros se amontonan sin ningún tipo de orden, tan solo guiándonos por el espacio que queda libre.
Estupendo hallazgo :O)