Tanto se ha hablado de la digitalización del libro que puede que nos olvidásemos del silencioso proceso de la internacionalización del libro. Más bien, y más allá de la difusión internacional del castellano, de la internacionalización del proceso industrial de las editoriales. La empresa tecnológica Apple muestra orgullosa en sus productos “Diseñado en California”, como si dispusiese de vergüenza al admitir su fabricación más allá del Océano Pacífico. Desde luego que todos a pesar de esa máscara con la que trata de cubrirse la empresa norteamericana, todos sabemos que la mano de obra en su ensamblaje se realiza mayoritariamente en China y en condiciones que actualmente están siendo criticadas.
Pero esas “Made in China” o “Made in Taiwan” son frases impresas en infinidad de productos comercializados en Occidente. Señalan su primera procedencia, su ensamblaje , su fabricación, pero en cuanto mis ojos se deslizaron sobre el “Impreso en China” sólo pude buscar el depósito legal (Deformación profesional) de aquel libro. El depósito legal, que debería señalar indudablemente Barcelona, no existía y sentí como aquel libro jamás pasaría a considerarse patrimonio de la memoria colectiva española. Una gota en el océano de obras que aún siendo distribuidas en España nunca llegarán a ser resguardadas en el último reducto de la cultura.
Me imaginé a un chino deslizando sus manos sobre las hojas satinadas del libro de fotografía que se sentía marcado por su origen. Puede que el asiático admirase las imágenes sin entender su origen ni poder hallar explicación alguna a través de las palabras castellanas. Aquellos libros alineados, siendo empaquetados para cruzar medio mundo en sentido literal, no sabrían cuál sería su viaje ni qué objetos les acompañarían dentro del contenedor portuario. Puede que libros, puede que juguetes, puede que iPads. ¿Cuántos libros se agruparían en aquel rincón metálico? ¿Cinco mil? ¿Diez mil? ¿Cuál es la cantidad de ellos que justifique su impresión y su transporte a más de diez mil kilómetros?
El libro americano, editado en España, impreso en China sale barato allí, pero desde luego que caro aquí. No me sentí estafado, simplemente descubrí que el libro, ese objeto perenne, adusto, inamovible, también ha sido deslocalizado sin que nos hayamos dado casi cuenta.